La familia Cortés (fragmento)Luis Carandell
La familia Cortés (fragmento)

"La tía Matilde se había propuesto hacer de Julio un muchacho de modales delicados y le compró un tratado de Cortesía y buen tono, un poco más amplio que el Manual de Urbanidad que estudiaba en la escuela, para que le sirviera de lectura en sus ratos libres. Y le dijo que, si alguna cosa no entendía, se lo preguntara a ella o a su primo Valentín.
Un domingo en que se hallaban juntos tía y sobrino, Julio abrió el libro y leyó un capítulo que trataba de las conversaciones:
Siendo las conversaciones agradables pláticas entre varias personas, todo cuanto en ellas se diga ha de ser digno, delicado, sencillo y, en cuanto sea posible, del agrado de todos los presentes.
El texto se refería en primer lugar a la forma de hablar:
Debe evitarse cuidadosamente la voz gangosa, pesada y monótona que hace dormir, pero igualmente se tendrá cuidado de no dar voces, de no hablar en tono áspero, duro y seco, ni tampoco con excesiva melosidad, que desagrada por lo poco natural. A toda costa hay que evitar la farfulla, que es la costumbre de hablar atropelladamente. Y se debe desterrar el uso de muletillas tales como: “Sí, bueno”; “pero, luego”; “me entiende usted”; “sabe usted”; “oiga usted”; “como yo digo”; porque denotan pobreza de lenguaje y poca claridad de ideas.
“Nunca se deben pedir las cosas”, añadía, diciendo, por ejemplo: “Deme usted esto o aquello”; “venga tal cosa”; o “páseme tal otra”. Lo correcto es decir: “Me hace usted el favor de darme…”; “hágame usted el obsequio de pasarme…”; “tendría usted la bondad de…”; “perdóneme si me atrevo a suplicarle que…”.
El libro recomendaba a los muchachos contestar siempre de forma educada al ser preguntados. No es cortés hacerlo con un movimiento de cabeza o con un “sí” o un “no” a secas. Hay que añadir a la respuesta el tratamiento que se da a la persona que nos ha preguntado: “señor”, “señora”, “padre”, “madre”. Los que interrumpen la conversación, charlan demasiado sin dejar hablar a los demás o gesticulan excesivamente cometen faltas graves de educación. Y si una persona mayor hace una pregunta general a toda la concurrencia, incluso si se trata de una cosa tan corriente como preguntar la hora, los niños han de ser los últimos en contestar, y deben hacerlo con brevedad, de la forma más discreta y educada posible. Y, en ocasiones, será mejor que se callen.
Julio preguntó a su tía Matilde:
—Pero, dime, tía, sucede a veces que uno no está de acuerdo con lo que otra persona dice. ¿Es de mala educación hacérselo saber?
—No lo es en absoluto —respondió ella—. Pero si se quiere contradecir a alguien hay que hacerlo con delicadeza y sin ofender. No se puede decir, por ejemplo: “Usted miente, no es verdad lo que usted ha dicho; lo que usted quiere es engañarme”. Se puede contradecir la opinión de la otra persona diciendo: “Usted perdone, pero…”; “yo creía que…”; “puede ser que yo esté mal informado, pero mi opinión es que…”, y otras fórmulas delicadas. Si alguien te cuenta una cosa que es evidentemente falsa, o tú sabes a ciencia cierta que miente, le puedes decir, por ejemplo: “Si una persona que no fuera usted, cuya veracidad conozco, contara esto, me costaría trabajo creerlo”.
Y añadió tía Matilde:
—Tienes que tener cuidado porque he observado que te gusta bastante discutir, y cuando no convences al otro le dices: “¡Pa usted la perra gorda!”, o frases por el estilo que son muy poco corteses y denotan rusticidad. Está muy bien que dejes claro que tú piensas de forma distinta o contraria a la de otra persona. Pero debes hacerlo siempre con buena educación. Y en las conversaciones en las que participan muchas personas es mejor no entrar en discusiones, ni decir cosas que puedan contrariar o molestar a alguno de los presentes. Por lo general, no conocemos bien a las personas que conversan con nosotros, y deberemos ser muy prudentes para que ninguna de ellas se sienta ofendida por una alusión inoportuna. "



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