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  Carilda Oliver


    Cuba | 1922-2018
Oliver
  Poetisa cubana nacida en Matanzas, una leyenda de la lírica de Cuba, ajena a los prejuicios y con una obra privilegiada por la popularidad que arrastró su fascinante personalidad. Graduada en Derecho en 1945, ejerció hasta 1959 como abogada especializada en temas de divorcio, fue también profesora de idiomas, de artes plásticas y bibliotecaria. Amante declarada de lo bello, excitante y profundo, escribió poesía desde los 12 años. Carilda escribió su primer poemario, Preludio lírico en 1943. Solía decir que Matanzas era su "gran metáfora" y también un verso "libre, claro y preciso", el lugar donde tenía su casa, amigos, su "razón de ser", a la que consideraba deberle "las esperanzas, la vida" y quería además, "deberle la muerte". Confesa admiradora de ilustres voces de las letras latinoamericanas como Alfonsina Storni, Pablo Neruda y César Vallejo, Oliver fue catalogada por la chilena Gabriela Mistral como "la mejor sonetista de América". La autora de Discurso de Eva y Desaparece el polvo, presidió desde 1987 la tertulia literaria con sede en el antiguo Palacio de Junco matancero y en Madrid, en el bar Chicote, se celebró durante años una peña y se creó además un cóctel con su nombre. Carilda Oliver conoció a importantes escritores como el estadounidense Ernest Hemingway, a quien entregó las llaves de Matanzas; al español Rafael Alberti y fue amiga de los cubanos Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Fina García Marruz y Roberto Fernández Retamar. Vivió rodeada de sus libros, gatos, helechos, relojes, mamparas, espejos, fotos y óleos que devuelven la imagen de la muchacha rubia, de mirada candorosa y sensual, que muy joven escandalizó a la provinciana sociedad de su época con sus poemas, algunos de los cuales insistían en clasificar como eróticos. Pero Carilda, que cobró fama apenas con 26 años cuando ganó el Premio Nacional de Poesía en 1950 por su poemario Al sur de mi garganta, se defendía contra quienes la querían encasillar y aseguraba que su poesía "no es puramente erótica", aunque reconocía en ella "cierto desenfado formal" en las imágenes y en el tratamiento del amor. También publicó poesía patriótica como Canto a Martí, Declaración de amor, escrito durante la llamada Crisis de los misiles, y sus Canto a la bandera y Canto a Fidel, este último dedicado a Fidel Castro en 1957, dos años antes del triunfo de la revolución que encabezó. Fue un poema de su libro Memoria de la fiebre el que la marcó de tal manera que incluso relató que en la calle, raro era el día que no oía a alguien decirle: "Me desordeno amor, me desordeno", el soneto que definió como "un tatuaje" de su obra y del que aseguró que no se pudo desprender jamás.  © EFE

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