Almas mortales (fragmento)José Antonio Suárez
Almas mortales (fragmento)

"Sebastián llamó aquella mañana a su hermana Clara, justo antes de coger el avión a la Palma. No sabía por cuánto tiempo estaría fuera, ni si volvería alguna vez a su trabajo, y antes de abandonar la Tierra quería despedirse de su familia. Su hermana no se lo puso fácil. Clara vivía con la madre de ambos, una anciana en silla de ruedas. Su estado de salud había empeorado hacía meses y Clara tuvo que contratar a una mujer que cuidara de ella cuando ella estaba ausente del domicilio. Desde que Sebastián se trasladó a Barcelona en busca de nuevas aventuras, su madre se había resentido mucho, le dijo Clara con el evidente propósito de hacerle sentir culpable. Su hermana se había quedado sola en Madrid con ella y, aunque Sebastián le enviaba dinero todos los meses para ayudarla con los gastos, Clara no le había perdonado que se marchase.
Quiso saber adónde se dirigía y cuánto tiempo iba a estar fuera, pero Sebastián no le dio detalles, por su propia seguridad. Si Anica estaba en lo cierto, la policía iba a remover cielo y tierra buscándoles. Fue una conversación tensa, en la que Clara renovó sus reproches, le acusó de ser un egocéntrico al que no le importaba otra cosa que progresar en su carrera, a costa de utilizar conejillos de indias en sus investigaciones, y que bajo la fachada de ayudar a los enfermos que no podían pagar a un médico escondía algo oscuro y sucio.
Sebastián se arrepintió de haberle comentado sus estudios con EMT en patologías cerebrales. Sus enfermos, desahuciados de la sanidad pública, no podían costearse un tratamiento por carecer de recursos, pero Clara no quería entenderlo.
O tal vez le conocía demasiado bien.
Sebastián se preguntó qué habría sido de los pacientes que atendía en su clínica privada si no hubiese hallado aquellos extraños quistes de calcio dentro de sus cabezas. ¿Habría perdido el interés por ellos, o los habría seguido tratando gratis? La realidad, debía admitirlo, era que se había especializado en este tipo de pacientes y apenas atendía otros enfermos.
Ojalá no hubiese llamado a Clara. Su hermana había hurgado dentro de él para mostrarle una personalidad de la que creía estar a salvo. ¿Era mejor persona que Claude, un tipo que firmaba certificados para que los ricos con taras genéticas pudieran procrear? Bien, Claude lo hacía por dinero y Sebastián no; y también era cierto que Claude se había montado un negocio dentro del hospital en su jornada laboral, mientras que él atendía a sus pacientes especiales en su tiempo libre. Pero analizándolo fríamente, le costaba encontrar una razón que le colocase a una altura moral superior a su compañero. Claude se aprovechaba de una legislación fascista para ganar un sueldo extra; él experimentaba con pacientes que no tenían dónde caerse muertos. Potencialmente, su actividad era más peligrosa que la de Claude, aunque a la larga pudiera ser beneficiosa, y carecía del derecho a exigirle cuentas y denunciarle a las autoridades.
Sebastián se había situado al otro lado de la línea, y buscó colaboradores aranos para no tener que compartir sus datos con compañeros del hospital o centros de la competencia. La biotecnología arana estaba mucho más avanzada que la terrestre y sus médicos podrían encontrar respuestas donde otros solo verían incógnitas, pero en realidad, Sebastián desconfiaba de sus compañeros, del sistema y del gobierno. Tarde o temprano, sus investigaciones habrían sido desnaturalizadas y empleadas por las compañías farmacéuticas en perjuicio de los ciudadanos.
Ya lo habían hecho antes.
Todo comenzó un cuarto de siglo atrás, al desatarse en la Tierra la gripe negra, una enfermedad causada por una bacteria resistente a cualquier antibiótico conocido. Se decía que un intento de replicación ilegal de nanomáquinas aranas fue el origen, pero proporcionó la excusa perfecta a la industria farmacológica para mover sus peones. Dado que Marte era poseedor de las patentes en biotecnología, las empresas aranas acabarían dominando con el tiempo el sector farmacéutico. Las biomáquinas podían prevenir las enfermedades antes que apareciesen, reparar los daños causados en el cuerpo humano por virus o bacterias y prolongar la vida del individuo. En unos pocos años, la industria de medicamentos terrestre se vería abocada al cierre si no hacía algo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com