El León y el Unicornio (fragmento)George Orwell
El León y el Unicornio (fragmento)

"Las características nacionales nunca son fáciles de definir. Y una vez definidas a menudo resultan meras banalidades, o bien se da el caso de que no guardan ninguna relación entre sí. Los españoles son crueles con los animales, los italianos no saben hacer nada si no es con un ruido ensordecedor, los chinos son adictos al juego. Es obvio que estas cosas no tienen en sí mismas ninguna importancia. No obstante, no hay nada que no obedezca a una causa, e incluso el hecho de que los ingleses tengan los dientes cariados bien puede decirnos algo acerca de la realidad de la vida en Inglaterra.
He aquí un par de generalizaciones sobre Inglaterra que podría aceptar casi con toda seguridad cualquier observador. Una dice que los ingleses no tienen dones artísticos. Carecen de la musicalidad de los alemanes o los italianos; la pintura y la escultura nunca han florecido en Inglaterra como en Francia. Otra dice que, comparados con el resto de los europeos, los ingleses no son intelectuales. Tienen verdadero horror al pensamiento abstracto, no sienten la necesidad de una «cosmovisión» filosófica o sistemática. Tampoco es porque sean «pragmáticos», como tanto les gusta afirmar acerca de sí mismos. Para hacerse una idea, basta con ver sus métodos de planificación ciudadana y de abastecimiento de aguas, su obstinado afán de aferrarse a todo lo que esté pasado de moda y sea una molestia como si les fuera la vida en ello, su ortografía, que no por nada desafía todo análisis, y su sistema de pesos y medidas, inteligible sólo para los compiladores de los manuales de aritmética. Sin embargo, tienen una cierta capacidad de pasar a la acción sin pensárselo dos veces. Su hipocresía, mundialmente famosa -su actitud ambivalente ante el imperio, por ejemplo- está íntimamente ligada a esto. Asimismo, en los momentos de crisis máxima, toda la nación es capaz de aunar fuerzas y actuar llevada por una suerte de instinto, en realidad, un código de conducta que entienden al instante todos los ciudadanos, si bien nunca llega a formularse por expreso. La frase que acuñó Hitler para definir a los alemanes, «un pueblo de sonámbulos», mejor cabría aplicarla a los ingleses. Y no es que sea motivo de orgullo que a uno le llamen sonámbulo, claro está.
Sin embargo, vale la pena reseñar un rasgo secundario del pueblo inglés, sumamente acusado, aunque no se comenta con frecuencia: el amor por las flores. Ésta es una de las primeras cosas que llama la atención cuando se llega a Inglaterra desde el extranjero, en especial desde el sur de Europa. ¿No contradice de lleno la indiferencia de los ingleses por las artes? En realidad, no, porque se encuentra en personas carentes de todo sentimiento estético. Con lo que sí enlaza, en cambio, es con otra característica inglesa que forma parte de nosotros a tal extremo que ni siquiera la percibimos, y es la adicción a las aficiones y a las ocupaciones del tiempo libre, o sea, la privacidad de la vida inglesa. Somos una nación de amantes de las flores, pero también de filatélicos, de colombófilos, de carpinteros aficionados, de recortadores de cupones de descuento, de jugadores de dardos, de chiflados por los crucigramas. Toda manifestación cultural que es de veras nativa se centra en torno a cosas que, incluso cuando son comunes, no son oficiales: el pub, el partido de fútbol, el jardín detrás de la casa, la chimenea, la «buena taza de té». Se sigue creyendo en la libertad del individuo, casi como en el siglo XIX; pero esto no tiene nada que ver con la libertad económica, el derecho de explotar a los demás para sacar tajada. Se trata de la libertad de tener una casa propia, de hacer lo que uno quiera en su tiempo libre, de elegir sus diversiones sin que se le impongan desde arriba. El nombre más odioso de todos, para un oído inglés, es el de Nosey Parker. Es evidente, por supuesto, que también esta libertad privada es una causa perdida. Al igual que los demás pueblos modernos, los ingleses están siendo numerados, etiquetados, reclutados a la fuerza, «coordinados». Pero el tirón de sus impulsos es justo el contrario, y la clase de regimentación que se les puede imponer habrá de ser modificada en consecuencia. Nada de mítines de partido, nada de movimientos juveniles, nada de camisas de un determinado color, nada de acoso a los judíos, nada de manifestaciones «espontáneas». Nada de Gestapo, tampoco, con toda probabilidad. "



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