Mi vida como hombre (fragmento)Philip Roth
Mi vida como hombre (fragmento)

"Ah, qué gran distancia había recorrido hasta alejarse de ella, desde aquel día de 1942 en que Nathan Zuckerman se había enamorado de Betty Zuckerman como al parecer todos los hombres se enamoran de las mujeres en las películas…; sí, lo había enamorado como si no fuera su madre, sino una actriz famosa a quien, por algún azar increíble, le hubiera tocado prepararle la comida y arreglar su cuarto. En su calidad de presidenta de la campaña de venta de bonos de guerra en la escuela, la habían invitado al salón de actos aquella mañana para que se dirigiera al alumnado y señalara la importancia de ahorrar mediante la compra de bonos emitidos como contribución al esfuerzo bélico. Había llegado vestida con la indumentaria que habitualmente reservaba para cuando iba con las «chicas» a Filadelfia para asistir a una matiné teatral: su traje de franela gris y su blusa de seda natural blanca. Para colmo, pronunció su discurso de memoria, desde un atril lujosamente adornado con banderas de algodón azul, blanco y rojo. Durante el resto de su vida, en repetidas ocasiones Nathan descubrió que sentía una especial susceptibilidad hacia cualquier mujer que llevase traje de franela gris y blusa blanca, y ello a causa del enorme atractivo que aquella mujer esbelta y respetablemente elegante irradiaba aquel día desde el estrado. De hecho, el señor Loomis, el director de la escuela, tal vez también algo flechado, había comparado su actuación al frente de la campaña de venta de bonos y de la cooperadora escolar con la de madame Chang Kai-shek. Y al agradecer con modestia el elogio, la señora Zuckerman había reconocido desde el estrado que, en realidad, madame Chang Kai-shek era uno de sus ídolos. También eran sus ídolos, según confesó a los alumnos allí congregados, Pearl Buck y Emily Post. Lo cual era verdad. La madre de Zuckerman abrigaba una profunda convicción en cuanto al valor de lo que llamaba «ser distinguida», además de sentir reverencia —la reverencia que se muestra en la India hacia las vacas sagradas— por las postales de felicitación y las notas de agradecimiento. Y mientras los dos estuvieron enamorados, también Nathan la sentía.
Una de las primeras sorpresas de importancia en la vida de Zuckerman fue ver la forma en que se comportaba su madre cuando, en 1945, Sherman, su hermano mayor, entró en la Marina para cumplir los dos años de servicio militar. Parecía una jovencita cuyo novio partía para morir en el frente, cuando la realidad era que Estados Unidos había ganado la Segunda Guerra Mundial y Sherman estaba a sólo ciento cincuenta kilómetros de distancia, haciendo el servicio militar en un campamento de Maryland. Nathan hizo cuanto se le ocurrió para consolarla: la ayudaba a lavar los platos, se ofrecía para traerle la compra del supermercado los sábados, y charlaba con ella sin cesar, incluso sobre un tema que por lo general le producía vergüenza, el de sus «amiguitas». Con gran consternación de su padre, permitía a su madre mirar la mano de sus cartas por encima de su hombro, cuando «los hombres de la casa» jugaban al rummy los domingos por la noche en la mesa de bridge instalada en la sala. «Juega —le decía su padre. Concéntrate en mis descartes, y no en tu madre. Tu madre sabe cuidarse sola, pero tú, en cambio, vas a perder otra vez». ¿Cómo podía ser tan desconsiderado? Su madre no sabía cuidarse sola. Había que hacer algo, pero ¿qué?
Nathan se ponía especialmente nervioso cuando sonaba «Mam’selle» por la radio, porque contra esa canción su madre se sentía del todo indefensa: junto con «The Old Lamplighter», había sido su tema predilecto de todo el repertorio de Sherman de canciones semiclásicas y populares, y no había nada que le agradase más que sentarse en la sala después de comer y oírlo tocar y cantar, a petición de ella, sus propias «interpretaciones». Conseguía dominarse hasta cierto punto con «The Old Lamplighter», que siempre le había gustado tanto como «Mam’selle», pero ahora, cuando esta última empezaban a sonar por la radio, tenía que levantarse y salir de la habitación. Nathan, que no era exactamente inmune a «Mam’selle», la seguía y se quedaba pegado a la puerta del dormitorio, oyendo los rumores del llanto ahogado de su madre, y se sentía a punto de derrumbarse. "



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