La costumbre de morir (fragmento)Raúl Guerra Garrido
La costumbre de morir (fragmento)

"La mar está ligeramente rizada, suaves crestas de espuma sobre las olas, apenas una ondulación de pradera, pero contrasta lo suficiente con la habitual superficie de chapa metálica para que no se alquilen pédalos y todos los artilugios flotantes permanezcan varados en la orilla junto al Club Náutico. Los alemanes aprovechan para entretenerse con los motores de sus poderosos barcos. Gorka viene del frontón, sube las escaleras hasta la terraza en donde se apiñan los conspicuos jugando a cartas, se aburren si no hacen algo con las manos y, como ni nadan ni leen, el campeonato de mus es el atractivo para las inevitables horas de playa que las mujeres imponen con el fin de hacer bronce, si no vuelven morenas al pueblo el veraneo ha sido un fracaso.
Hace un alto para contemplar a sus circunstanciales compañeros, los desprecia profundamente por animales improductivos, los odia como al juego y la herencia, el beneficio de unos pocos sobre el sacrificio de los más, se creen hombres de negocios y son simples funcionarios del orden establecido que sin ellos no podría existir, capitalistas de segunda fila, de buena gana los sacaría a tortas de la sombra en donde trasiegan aperitivos y los pondría firmes con el brazo en alto cantando el Cara al Sol, eso suponiendo que alguien se acuerde del Cara al Sol, pero representa a un tío jatorra y sigue en el escenario, así es que se aproxima a ellos, sonríe y bromea.
—¡Salud, camaradas!
—¿Qué habéis hecho?
—¿Qué íbamos a hacer? Ganar.
Acaban de ganar su segunda eliminatoria. Ramondegui se ha ido a sus polimorfas obligaciones de Cala Romana y él explica las jugadas clave a Josemari, el más sensato del grupo, pero en voz alta para que las oigan todos.
—Una barrida, no veas, le empiezo a meter bolas a la pared y cuando se pega a ella le sacudo hasta el cinco, un bote tan vivo que no lo para ni Diógenes.
La conversación se generaliza.
—Vais de miedo.
—¿Es que alguien duda de que seremos campeones?
—No seas fantasma.
—Lo seremos. Estoy seguro.
—Farol.
—Mis faroles no se apagan, se celebran. A ver, chaval, champán para todos, agua de Bilbao, o sea francés, seco y frapé.
Hay comentarios para todos los gustos, las antipatías son mutuas y Gorka sabe que sus fanfarronadas se critican con acidez, incluso con ese fondo de envidia que siempre provoca el impertinente, pero es lo que busca. A María Dolores empieza a preocuparle el qué dirán y sólo con recordarlo se enternece. Esta mañana, antes de salir a pasear con Garaialde, se lo había dicho.
—Podíamos buscar otra forma de entrar en contacto, sé que nos están criticando y a mí no me importa, pero no quiero que quedes mal delante de tus amigos.
—No son mis amigos.
—Pero son tu gente, tus paisanos, de tu clase social, tienes que vivir con ellos, negociar con ellos.
—Son basura.
—Alguna cara me suena de La Palanca.
—Lo que te digo, basura.
—Si me descubren me muero de vergüenza.
—Tú pasea a caballo y deja lo demás a mi cuenta, no te preocupes.
Le devuelven a la realidad.
—¡Por el dúo dinámico!
El brindis es más irónico que cruel, nadie confía en la victoria final de la pareja Hirigoyen-Ramondegui por la sencilla razón de que don Juan es invencible.
—Querrás decir por el dúo ganador.
—Aizpuru os la va a meter doblada.
—¿Tú crees?
Gorka les observa con la curiosidad científica del bioquímico ante una nueva cepa de penicillium. Están felices y seguros del porvenir, en los próximos diez años ninguno de ellos se habrá suicidado por un motivo serio. Konto, con su camiseta de más y mejores kilómetros, vuelve a su obsesión publicitaria, hasta pone cara de ejecutivo para decirlo. "



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