La revolución traicionada (fragmento)Leon Trotski
La revolución traicionada (fragmento)

"El cuadro descrito por el jefe del Estado soviético sería de lo más tranquilizador si no encerrase una contradicción mortal. El socialismo se ha instalado definitivamente en el país; «desde este punto de vista» las clases han sido anonadadas (si lo han sido desde este punto de vista, también lo deben haber sido desde todos los otros). Indudablemente que la armonía social es perturbada, aquí y allá, por las escorias y los restos del pasado; sin embargo, no es posible pensar que gentes dispersas, privadas de poder y de propiedad puedan destruir la sociedad sin clases con la ayuda de «minúsculos especuladores» (ni siquiera son especuladores a secas). Como vemos, parece que todo marcha de la mejor manera posible. Pero, en ese caso, lo repetimos una vez más, ¿qué objeto tiene la dictadura de bronce de la burocracia?
Los soñadores reaccionarios desaparecen poco a poco, tenemos que creerlo. Los soviets archidemocráticos bastarían perfectamente para dar cuenta de los «minúsculos especuladores» y de los «chismosos». «No somos utópicos —replicaba Lenin en 1917 a los teóricos burgueses y reformistas del Estado burocrático—, no discutimos absolutamente la posibilidad y la inevitabilidad de los excesos cometidos por individuos, así como la necesidad de reprimir esos excesos… Pero no es necesario, para este fin, un aparato especial de represión; para ello bastará el pueblo armado, con la misma facilidad con que una multitud civilizada separa a dos hombres que se golpean o impide que se insulte a una mujer». Estas palabras parecen haber sido destinadas a refutar las consideraciones de uno de los sucesores de Lenin. Se estudia a Lenin en las escuelas de la URSS, pero no, evidentemente, en el Consejo de Comisarios del Pueblo. En caso contrario sería inexplicable que un Molotov empleara, sin reflexionar, los argumentos contra los que Lenin dirigía su arma acerada. ¡Flagrante contradicción entre el fundador y los epígonos! Mientras que Lenin consideraba posible la liquidación de las clases explotadoras sin necesidad de un aparato burocrático, Molotov, para justificar el estrangulamiento de toda iniciativa popular por medio de la máquina burocrática, después de la liquidación de las clases, no encuentra nada mejor que invocar los «restos» de las clases liquidadas.
Pero resulta tanto más difícil alimentarse con estos «restos», por cuanto que, según confesión de los representantes autorizados de la burocracia, los antiguos enemigos de clase son asimilados con éxito por la sociedad soviética. Postichev, uno de los secretarios del Comité Central, decía en abril de 1936 al Congreso de las Juventudes Comunistas: «Numerosos saboteadores se han arrepentido sinceramente (…) y se han incorporado a las filas del pueblo soviético…». En vista del éxito de la colectivización, «los hijos de los kulaks no deben responder por sus padres». Esto no es todo: «en la actualidad, el mismo kulak no cree, indudablemente, poder recobrar su situación de explotador en la aldea». No sin razón, el Gobierno ha comenzado a abolir las restricciones legales de origen social. Pero si las afirmaciones de Postichev, aprobadas sin reservas por Molotov, tienen algún sentido, sólo puede ser éste: la burocracia se ha transformado en un monstruoso anacronismo y la coerción estatal ya no tiene objeto en la tierra de los soviets. Sin embargo, ni Molotov ni Postichev admiten esta conclusión rigurosamente lógica. Prefieren conservar el poder, aún a costa de contradecirse.
En realidad, no pueden renunciar. En términos objetivos: la sociedad soviética actual no puede pasarse sin el Estado y aun —en cierta medida— sin la burocracia. No son los miserables restos del pasado, sino las poderosas tendencias del presente las que crean esta situación. La justificación del Estado soviético, considerada como mecanismo coercitivo, es que el periodo transitorio actual aún está lleno de contradicciones sociales que en el dominio del consumo —el más familiar y el más sensible para todo el mundo— revisten un carácter extremadamente grave, que amenaza continuamente surgir en el dominio de la producción. Por tanto, la victoria del socialismo no puede llamarse definitiva ni asegurada.
La autoridad burocrática tiene como base la pobreza de artículos de consumo y la lucha de todos contra todos que de allí resulta. Cuando hay bastantes mercancías en el almacén, los parroquianos pueden llegar en cualquier momento; cuando hay pocas mercancías, tienen que hacer cola en la puerta. Tan pronto como la cola es demasiado larga se impone la presencia de un agente de policía que mantenga el orden. Tal es el punto de partida de la burocracia soviética. «Sabe» a quién hay que dar y quién debe esperar.
A primera vista, la mejoría de la situación material y cultural debería reducir la necesidad de los privilegios, estrechar el dominio del «derecho burgués» y, por lo mismo, quitar terreno a la burocracia, guardiana de esos derechos. Sin embargo, ha sucedido lo contrario: el crecimiento de las fuerzas productivas ha ido acompañado, hasta ahora, de un extremado desarrollo de todas las formas de desigualdad y de privilegios, así como de la burocracia. Esto tampoco ha sucedido sin razón. "



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