La ciudad y el pilar de la sal (fragmento)Gore Vidal
La ciudad y el pilar de la sal (fragmento)

"Durante cierto tiempo, Paul fue feliz. Al menos mediante ese acto se demostró a sí mismo que podía ser libre. Pero su felicidad no duró mucho. Se enamoró de un deportista del colegio y pasaron meses hasta que reunió el valor para hablarle. Hasta que lo hizo se tuvo que conformar con sentarse cerca de él en clase, verlo jugar al fútbol y esperar. Una tarde en que todos se habían ido ya a sus casas se encontraron frente al colegio. El otro habló primero, y todo vino rodado. A pesar de que Paul era delgado y tímido, siempre había sido aceptado como uno más del grupo. Era admirado porque leía mucho, por lo que un deportista no perdería categoría por ser su amigo. Y así comenzó todo. Juntos exploraron el sexo y Paul fue tan feliz como jamás podría volver a serlo. Incluso se alegró de que el cielo y el infierno lo hubiesen abandonado.
Pero al año siguiente todo cambió. Al deportista le gustaban las chicas, y a ellas les gustaba él, de modo que olvidó a Paul, lo cual causó un gran sufrimiento a este. Se volvió más tímido, más indiferente. No tenía amigos. Sus padres se preocuparon por él. Su madre estaba segura de que aquella infelicidad era fruto de su rechazo a Dios y la Iglesia. Él dejó que ella lo creyese, incapaz de confesarle qué era lo que lo separaba de los demás y le hacía sentirse siniestramente superior al resto del mundo heterosexual, aunque solo fuese porque él poseía un secreto que los demás no podían adivinar y una visión de la vida de la que ellos carecían. Pero al mismo tiempo se odiaba a sí mismo por necesitar el cuerpo de otro hombre para sentirse completo.
A las mujeres les gustaba Paul, en especial a las mayores, que eran amables con él, y como consecuencia Paul aprendió bastante acerca de estas en una época en la que sus compañeros estaban descubriendo únicamente cómo eran los cuerpos de las jovencitas. Pero este conocimiento tenía su precio. Imperceptiblemente, sus acompañantes comenzaron a suponer que aquella intimidad verbal podría conducir a algo más. Cuando eso ocurrió, la huida fue la solución.
A los diecisiete, Paul entró en Harvard. Por primera vez en su vida se vio rodeado de un entorno tolerante. Pronto hizo amigos, todos los cuales aspiraban a ser escritores. Alentado por ellos, se concentró en la literatura. Cuando su padre sugirió que podría matricularse en Administración de Empresas su reacción fue tan violenta que nunca más se volvió a hablar de ello.
Paul escribió su primera novela en la universidad. Trataba de un joven que deseaba ser novelista (Thomas Wolfe estaba de moda ese año). La novela fue rechazada por los editores que la leyeron. También escribió poemas y algunos fueron publicados en revistas de poca monta. Convencido de que era un poeta, abandonó Harvard sin licenciarse, marchó a Nueva York, rompió todo tipo de comunicación con su familia, trabajó en cualquier cosa y escribió otra novela sobre un joven amargado que trabajaba en cualquier cosa en Nueva York. La prosa de la obra era tosca; la política, marxista; su rechazo al catolicismo, auténtico. Fue publicada y consiguió cierta reputación como joven que prometía y que vivía en Nueva York con otros jóvenes que prometían.
Cierto día, rebelándose contra su propia naturaleza, se casó con una chica de su edad. El matrimonio no fue consumado. Le repugnaba el cuerpo de las mujeres. Le gustaban sus rostros, pero no sus cuerpos. Recordaba cómo de niño vio a su madre desnudarse y el horror que le produjo aquel cuerpo flácido. A partir de entonces asoció a todas las mujeres con su madre, convirtiéndose no solo en tabú, sino en algo antiestético. Su mujer lo abandonó y el matrimonio fue anulado.
Paul tuvo numerosas aventuras, algunas como desahogo físico, otras por aburrimiento, unas cuantas por amor o lo que él creía era amor. Todas acabaron mal y nunca supo por qué exactamente. Claro que aquellos hombres eran normalmente simples tipos atléticos bisexuales que preferían la seguridad de una familia a los arriesgados placeres homosexuales, de modo que terminó yendo a esos bares en los que siempre podría encontrar un muchacho dispuesto a pasar la noche con él, como si dijésemos, a sangre fría, insensiblemente, alguien que le hiciese el daño al que ya estaba acostumbrado y que secretamente necesitaba. Vivía solo y veía a muy poca gente. Viajaba mucho y escribía novelas. Ponía todo su ser en ellas, pero aun así el resultado era decepcionante. Sus libros recibían buenas críticas, pero no entusiastas. Hizo suficiente dinero como para vivir, pero no era un autor de éxito. Despreciaba sinceramente las malas novelas que se vendían bien y, sin embargo, envidiaba a sus autores, condenados por la crítica pero ricos. No obstante continuó escribiendo. No había otra cosa que hacer, ninguna otra vida para él más que aquella alternativa de poner palabras sobre el papel.
Con los años se abrió voluntariamente al sufrimiento y esto lo satisfizo; incluso se hizo más fuerte. Pero su amargura nunca lo abandonó, y en su interior seguía siendo el mismo muchacho rebelde que había celebrado una misa negra. Estaba convencido en el fondo de su alma de que el diablo le otorgaría un día un amor que le correspondiese sin reservas, fuese hombre o mujer. Vendería su alma a cambio de eso. "



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