Mahagonny (fragmento)Theodor Adorno
Mahagonny (fragmento)

"La representación del capitalismo es, más exactamente, la de su hundimiento en la dialéctica de la anarquía que le es inherente. Esta dialéctica no se ha desplegado llanamente según el esquema idealista, sino que tiene elementos intermitentes que no se dejan disolver en el proceso, lo mismo, pues, que la ópera en su conjunto se sustrae a la solución racional; las imágenes del desorden dominante que encuentra se mueven según fórmulas propias, para no volverse a precipitar plenamente más que al final en la realidad social cuyo origen contienen en sí. Los elementos intermitentes son de dos clases. Por un lado la naturaleza, el ser amorfo por debajo de la sociedad, entra en juego, cruza el proceso social, lo obliga a ir más allá. Entonces se produce el huracán, un acontecimiento natural, indicado como un terror infantil sobre el mapa, y en el pavor a la muerte encuentra el héroe, aquel Jim, "las leyes de la felicidad humana" de las que se convierte en víctima. Grandioso es el giro que grotescamente arranca la dialéctica histórica a la coerción natural que hasta entonces todavía operaba: el huracán hace un arco en torno a la ciudad y sigue su camino lo mismo que la historia el suyo, después de haberse encontrado una vez. Pero lo que sucede la noche del huracán, lo que estalla y en el confuso enmarañamiento de la anarquía alude más allá de ella, es la improvisación; las canciones desmañadas en las que se proclama la libertad del hombre; "No necesitamos ningún huracán, no necesitamos ningún tifón", la teología antinomista del "Pues uno cosecha lo que siembra". Así de sesgadas y ocultas aparecen en el capitalismo y en las crisis de éste sobre todo las intenciones de libertad, y ellas son lo único en las que se anuncia una situación futura. Su forma es la embriaguez. También la ópera Mahagonny tiene, pues, su centro positivo en la escena de embriaguez en la que Jim se construye para sí y para sus amigos un barco de vela con un billar y una barra de cortina, y atraviesa la tempestad nocturna en los Mares del Sur camino de una Alaska que limita con los Mares del Sur; cantan entonces a la suerte del marino, al inmortal Kitsch de las catástrofes, a la luz polar de su balanceante mal del mar, y orientan la vela de su viaje onírico al soleado paraíso de los osos polares. Con acierto se ha introducido en la visión de esta escena el engranaje del final; la anarquía naufraga por la improvisación que surge de ella y que la supera. A Jim el asesinato, el homicidio y la seducción, que se pagan en derecho, justicia y dinero, le son perdonados, pero no la barra de cortina y tres vasos de whisky que él no puede pagar y que aquí no se pueden pagar en absoluto, pues la onírica función que gracias a él han alcanzado no es ya expresable en ningún valor de canje. Este Jim Mahonney es un sujeto sin subjetividad: un Chaplin dialéctico. Como en la anarquía organizada se aburre, quiere comerse su sombrero lo mismo que Chaplin los zapatos; la ley de la felicidad humana según la cual todo está permitido él la sigue al pie de la letra hasta que se enreda en la red confusamente tejida de la anarquía y orden y a la que en verdad la ciudad de Mahagonny debe el nombre de ciudad de las redes; él teme a la muerte y querría prohibir el alba para no tener que morir, pero cuando finalmente, más allá de todas las imágenes infantiles del salvaje oeste, se encuentra como emblema desnudo de esta cultura la silla eléctrica, canta el "No os dejéis seducir" como protesta abierta de la clase sometida a la que él pertenece puesto que no puede pagar; la mujer se la ha comprado, y para la comodidad de él ésta no debe llevar ropa interior, pero en el momento de la muerte le pide perdón: "No me lo tomes a mal"; y el despectivo "¿Por qué entonces?" de ella irradia más reconciliación que la que jamás aportarían todos los novelistas de la noble resignación. "


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