Las tragedias grotescas (fragmento)Pío Baroja
Las tragedias grotescas (fragmento)

"Una noche don Fausto, al volver a su casa, se encontró con Clementina, Rita y madame Savigny que se preparaban a salir en aquel momento.
«Vamos al teatro. Come solo», le dijo Clementina.
Don Fausto no replicó, y cuando las tres mujeres bajaron las escaleras y salieron de casa, él hizo lo mismo y comenzó a seguirlas, dispuesto a averiguar adónde iban.
Llegaron a los grandes bulevares y penetraron entre la multitud. Era la hora de más animación; a don Fausto le fue difícil no perder de vista a las tres mujeres, sobre todo al cruzar las bocacalles; pues si no pasaba al mismo tiempo que ellas, se veía luego detenido por los coches y los ómnibus. Lloviznaba; las terrazas de los cafés, muy iluminadas, rebosaban gente; brillaban los quioscos de los periódicos y los vendedores ambulantes voceaban en las aceras.
Al pasar por delante del café Riche, don Fausto vio que dos hombres se levantaban de una mesa y se acercaban a Clementina y a Rita. Eran Gálvez y Darcey. Los cinco, reunidos, siguieron andando; se detenían a mirar un escaparate, a leer un anuncio de un teatro; al llegar a la esquina del bulevar Estrasburgo entraron en un restaurante.
Seguía la llovizna; don Fausto, encontrando su situación desairada y ridícula, no supo qué hacer; le pasó por la imaginación la idea de entrar en la fonda y armar un escándalo; pero rechazó esta idea y se marchó a casa con la intención de esperar a su mujer y de pedirle explicaciones…
Mientras don Fausto volvía a su casa, Clementina, Rita y madame Savigny y los dos galanes se acomodaban en una mesa del restaurante Maire.
«Aquí se come bien —había dicho Darcey— y estamos a un paso de la Porte de Saint-Martin.»
Tenían la idea de ir a ver La juventud de los Mosqueteros.
Clementina estaba esta noche realmente hermosa, con la mirada brillante y las mejillas sonrosadas. Rita misma no podía competir con ella. Gálvez se sentía orgulloso de una mujer tan hermosa y tan chic. Darcey, siempre frío y ceremonioso, ponía sus cinco sentidos en la lista; había hecho el menú y toda su atención estaba reconcentrada en los platos.
Ni Gálvez ni su hija se encontraban turbados al verse uno frente a otro con sus respectivos amantes.
A los postres, Rita dijo que le parecía más agradable que ver la representación de Los Mosqueteros, ir a algún café-concierto; no quería la criolla tomarse el trabajo de seguir la acción de un drama, por muy sencillo que fuese, y prefería un espectáculo puramente visual, sin argumento, que no cansase su imaginación.
«Aquí en el bulevar de Estrasburgo tenemos un café-concierto», dijo Darcey.
Se discutió si irían a El Dorado o al Alcázar, pero se decidieron por este último, por oír cantar a Theresa.
Pagó Gálvez y salieron todos del restaurante. A la puerta del Alcázar, madame Savigny se excusó; tenía, según dijo, dolor de cabeza; pero todos comprendieron que no le gustaba que la vieran en aquel lugar.
Entraron las dos parejas en aquel café-concierto; un señor de frac con una cara de bulldog les preguntó qué sitio querían y les condujo hasta una mesa desocupada. Había comenzado la primera parte del programa, que era como todas las primeras partes de todos los programas de todos los café-conciertos conocidos: un soldado imbécil; una italiana con una pandereta; un aldeano zafio con un ramillete para su novia, en medio del cual sobresalía una remolacha, y un señor de frac y de flor en el ojal, muy soso, muy necio, que cantaba unas canciones de un sentimentalismo ridículo.
Luego se presentó una revista con el título de la frase del día que era: Ohé Lambert! ¿Has visto a Lambert?
Ya estaban en la última parte de la función cuando aparecieron, cerca de la mesa en la que estaban Clementina y Rita, dos españolas acompañadas de un chulito de sombrero ancho y capa bordada.
Llevaban las dos muchachas mantilla negra ceñida a la cabeza y tenían un tipo exótico y pintoresco.
Se les acercó el mozo y los tres pidieron café, pero una de las muchachas quería agua, y como al decir ¡agua! no la entendieron, se echó a reír, y la amiga y el chulito se echaron a reír también. "



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