Liquidación final (fragmento)Petros Markaris
Liquidación final (fragmento)

"No ha cocinado ningún plato especial. Pollo al limón acompañado de patatas y arroz. Raras veces comemos en casa de Katerina, y quizá por eso tengo la sensación de que sus dotes culinarias mejoran a ojos vistas. Desde luego, todavía no puede compararse con Adrianí, pero tampoco Adrianí podía compararse con mi madre cuando iniciamos nuestra vida de casados.
La comida está rica, pero ninguno de nosotros tiene apetito. Katerina y Fanis apenas la prueban, esperando el momento apropiado para anunciar algo que nosotros debemos fingir desconocer, porque Katerina nos ha estado hablando a espaldas de Fanis, y Fanis nos ha estado hablando a espaldas de Katerina. Cualquiera tiene apetito cuando espera el tercer acto de una obra que un especialista consideraría digna de representarse en el teatro de Epidauro, y más teniendo en cuenta que se trata de una tragedia. Estamos tan preocupados por lo que va a suceder que incluso Adrianí se olvida de elogiar el guiso de su hija. Katerina espera a sacar la fruta para empezar a contarnos lo que todos sabemos y aguardamos.
—Tengo algo bueno que comunicaros. He encontrado un trabajo muy interesante —anuncia.
—¿Acaso no tienes ya un trabajo? —pregunta Adrianí.
—Sí, pero apenas cobro nada. En cambio, este que me ofrecen está muy bien remunerado —responde, y empieza a explicarnos de qué trata esa oferta de trabajo que ya conocemos con todo detalle.
—¿Sabes dónde te enviarán? —pregunta Adrianí cuando termina.
Admiro su esfuerzo por no estallar, por no delatarse y contar que ya lo sabía todo.
—Hay tres alternativas. Podrían enviarme a Eritrea, a Costa de Marfil o a Uganda, donde aún hay muchos refugiados tutsi de la guerra civil en Ruanda.
Veo que Adrianí se muerde el labio para no chillar: «¡Ya estamos con Uganda! ¿Qué te decía yo?». No lo dice, pero tampoco puede evitar un estallido.
—¿Vas a dejar tu casa, a tu marido, para ir a Uganda o a Eritrea? —exclama—. ¿De qué te han servido todos los estudios? ¡Tantos años contando hasta el último céntimo, tratando de ofrecerte una buena educación, para que acabes trabajando en Uganda!
Ahora le toca gritar a Katerina, pero los suyos no son gritos de ira, sino de desesperación:
—¿Qué quieres que haga, mamá? De acuerdo, Fanis aún puede mantener la casa. Vosotros todavía podéis ayudarme con las compras. Pero ¿qué pasará si mañana recortan más el sueldo de Fanis o los suplementos de papá? ¿Cómo viviremos entonces? ¿De dónde sacaremos el dinero necesario para mantenernos?
—Esto no durará para siempre. Nos apretamos todos el cinturón y aguantamos hasta que pase.
—¿Hasta cuándo, mamá? Dime cuándo se acabará, dame una fecha y no me iré. Tú sólo dime cuándo.
No puede decírselo. Y se queda callada. Fanis tampoco dice nada. Yo también callo, aunque por razones distintas. Callo porque me acuerdo de la parejita de jóvenes, abrazados en el Partenón, con un charco de sangre entre ambos. Será mejor que Katerina se vaya, pienso. Si se queda, no sé a qué extremos podrá empujarla su desesperación. Sí, es mejor que se vaya lejos. Mejor que no la veamos en meses, mejor pasar angustias por ella. Cualquier cosa es mejor que la muerte; en cualquier caso, no es peor. "



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