Pabellón de mujeres (fragmento)Pearl S. Buck
Pabellón de mujeres (fragmento)

"Pero como no se fiaba de Linyi, aquella tarde, cuando llegó el hermano André, permaneció a su lado. Linyi no podía quedarse holgazaneando. Además, era una cuestión de honor que supervisase las horas que el sacerdote extranjero pasaba con su nuera en ausencia de su hijo. Sabía que el hermano era un alma buena, pero ¿quién además de ella iba a creer que aquel gran cuerpo era sólo un caparazón?
Así fue como a diario empezó a tomar asiento en el lugar más destacado de la biblioteca sujetando entre las manos el bastón coronado por la cabeza de dragón que había pertenecido a la fallecida Vieja Dama. Escuchaba todo lo que el clérigo le enseñaba a Linyi. Pero mientras que la chica avanzaba a duras penas y con desgana por la parte más complicada del aprendizaje, la cabeza de madame Wu iba muy por delante y divagaba por los centenares de caminos secundarios del pensamiento.
Y de ese modo se enteró de que la tierra y los mares se congregaban en un gran globo que navegaba entre las estrellas y los planetas, y comprendió los caminos del sol y de la luna, el tránsito de vientos y nubes. Pero aquello no fue nada comparado con el momento en que llegó a entender los distintos lenguajes del hombre. Y le gustaba hacer esto: elegía una palabra, una palabra como vida, o muerte, como amor, odio, comida, aire, agua, hambre, sueño, casa, flor, árbol, hierba, pájaro, y la aprendía en todos los idiomas que el hermano André conocía. Los idiomas eran las voces de la humanidad. Lo aprendía todo con la excusa de ayudar a Linyi.
Y a medida que aprendía, todo lo que había ocupado su vida hasta entonces fue perdiendo significado. Había veces, en el pasado, en las que se preguntaba por qué debería consumirse en el círculo continuo de nacimiento, muerte y otra vez nacimiento. En el interior de aquellas cuatro paredes, en las que el hombre engendraba y la mujer concebía para que la casa de los Wu no desapareciera, se había preguntado a veces sobre qué sucedería si una casa se extinguiese. A menudo se había sentido abatida cuando se presentaba un año en que nacían muchas niñas, un año en que algún discapacitado decidía salir del vientre antes de tiempo. Y especialmente en los años en que sólo esperaba la llegada de su cuarenta cumpleaños, se había negado a responder las preguntas de su propia alma. Y la Pequeña Hermana Hsia había estado por casualidad presente uno de aquellos días.
[...]
En noches como aquélla le costaba dormir. Permitía en silencio que Ying la preparase y se encaramaba luego a la plataforma de madera de secuoya de su cama. Se abandonaba a su alma detrás de las cortinas de seda y meditaba sobre el significado de todo lo que había aprendido. El hermano André se había convertido para ella en una especie de pozo, amplio y profundo, un pozo de conocimientos y aprendizaje. Por la noche pensaba en las muchas preguntas para las que quería respuestas. A veces, cuando su excepcional número atribulaba su memoria, se levantaba de la cama y encendía una vela. Y cogía su pincel de pelo de camello y, con su delicada escritura, anotaba las cuestiones en una hoja de papel. La tarde siguiente, cuando llegaba el hermano André, se las leía una a una y escuchaba con atención todo lo que él le explicaba.
Su manera de responderle era tremendamente simple, y se debía a que él era una persona muy instruida. No necesitaba, como los hombres de intelecto inferior, divagar largo y tendido sobre el meollo de la cuestión. Igual que los antiguos taoístas, sabía cómo expresar en pocas palabras la esencia de la esencia de la verdad. La despojaba de sus hojas, extraía el fruto y quebraba la cáscara, pelaba la vaina interior, partía la pulpa, sacaba la semilla y la dividía, y allí estaba el corazón, puro y limpio.
Y la mente de madame Wu estaba tan despierta en aquel momento de su vida, era tan punzante y penetrante, que cogía dicho corazón y lo absorbía en su totalidad. La joven Linyi permanecía sentada entre los dos y mantenía los ojos abiertos de par en par mientras esas palabras eran pronunciadas y escuchadas, y era evidente que todo aquello quedaba mucho más allá de su alcance. Su mente dormía aún en la juventud. "



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