Amor y pedagogía (fragmento)Miguel de Unamuno
Amor y pedagogía (fragmento)

"Vuelve a quedar encinta la Materia, con estupor de la Forma, que no contaba con semejante contratiempo. Y maldice una vez más del instinto, porque el nuevo ser ¿estorbará o ayudará a la formación del genio? ¿no conviene acaso que este se críe solo? ¿será genio también?
—Anda, anda —exclama Apolodorín un día—, ¡qué gorda se está poniendo mamá!
Y mientras la pobre Marina se enciende en rubor, el padre dice:
—Mira, Apolodoro, de ahí, de esa gordura, va a salirte un hermanito o hermanita…
—¿De allí? —exclama el niño—, ¡qué risa!
—¡Avito! —suspira en sueños, suplicante, la Materia.
—Sí, de allí. Nada de eso de que los traen de París y otras bobadas por el estilo; la verdad, la verdad siempre. Si fueras mayor, hijo mío, te explicaría cómo brota la mórula del plasma germinativo. La Materia, sofocada, empieza a rezumar lágrimas de los ojos.
Y ahora que Carrascal cuenta, satisfecho, lo ocurrido a don Fulgencio, recibe una nueva sorpresa.
—Dotes de observador no le faltan, por lo visto, al chiquillo —dice el maestro—, pero no veo por qué había de haberle usted dicho eso, o no haberle dicho una mentira…
—¡Una mentira! —exclama Carrascal ensanchando los ojos.
—Sí, una mentira… provisional.
—Aunque sea provisional… ¡una mentira!
—¿Pero aún está usted en eso, Carrascal? ¿Hay acaso mayor mentira que la verdad? ¿No nos está engañando? ¿No está engañando la verdad nuestras más genuinas aspiraciones?
«Pero este hombre… pero este hombre…», se dice Carrascal en la calle, confundido. La imperfecta realidad es un muro de bronce contra sus planes; no tiene voluntad. «Pero este hombre…» mas al recordar lo de: «¿Aún está usted en eso, Carrascal?» reacciona y se dice: «sí, ¡tiene razón!»
«¿Y si da a su madre? ¿Puede la pedagogía trasformar la materia prima? ¡No hice acaso un disparate al ceder al… al… al… —se le atraganta en el gaznate mental el concepto— al… confiésatelo, Avito, al amor!» Y una vez aceptado el concepto, acallando la voz del demonio familiar que le murmura: «¿lo ves? caíste, caíste y caerás cien veces», prosigue pensando: «¡El amor! el pecado original, la mancha originaria de mi hijo, ¡oh, qué simbolismo más hondo encierra eso del pecado original! No me va a resultar genio; he fiado con exceso en la pedagogía, he desdeñado la herencia y la herencia se venga… La pedagogía es la adaptación, el amor la herencia, y siempre lucharán adaptación y herencia, progreso y tradición… mas ¿no hay tradición de progreso y progreso de tradición, como dice don Fulgencio? ¿no hay pedagogía de amor, pedagogía amorosa y amor de pedagogía, amor pedagógico a la vez que pedagogía pedagógica y amor amoroso? ¡Lo que se pega en el contacto con este hombre! ¡es mucho hombre! Tengo que vencer en mi hijo toda la inercia que de su madre ha heredado; sé claro, Avito, toda la irremediable vulgaridad de tu mujer… El Arte puede mucho, pero ha de ayudarle la Naturaleza… Tal vez como un torpe impulsivo he sacrificado mi hijo al amor en vez de sacrificar el amor a mi hijo… La Humanidad vivirá sumida en su triste estado actual mientras nos casemos por amor, porque el amor y la razón se excluyen… Padre y maestro no puede ser; nadie puede ser maestro de sus hijos, nadie puede ser padre de sus discípulos; los maestros deberían ser célibes, neutros más bien, y dedicar a padrear a los más aptos para ello; sí, sí, hombres cuyo solo oficio fuera hacer hijos que educarían otros, dar; la primera materia educativa, la masa pedagogizable… Hay que especializar las funciones… ¡El amor… el amor…! Pero es, Avito, ¿que has amado alguna vez a Marina…? ¿La he amado? ¿Y qué es esto de amar?»
Al llegar a este punto de sus meditaciones, tropieza su vista con un niño que está meando en un hoyo que ha hecho.
»¿Qué significa esto? ¿por qué hace eso? Y si me hubiese casado con Leoncia, ¿cómo sería Apolodorín, mi Apolodoro? y si ese Medinilla que va a casarse con Leoncia se hubiera casado con Marina, ¿cómo sería Apolodorín, su Luis? Y…» Al llegar a este punto ocúrrele a la mente aquella paradoja de don Fulgencio, de qué habría sido de la historia del mundo si en vez de habernos descubierto Colón América hubiera descubierto a Europa un navegante azteca, guaraní o quechua.
«¿Qué será mi Apolodoro?» piensa al subir las escaleras de casa, y le sale el niño al paso exclamando:
—¡Papá, quiero ser general! Exclamación que cae como un bólido en sus meditaciones.
—No, hombre, no; no puedes querer eso… te equivocas, hijo mío… ¿Quién te ha enseñado eso? ¿quién te ha dicho que quieres ser general? ¡Ah, sí! ¿porque has visto hoy pasar la tropa? No, Apolodoro, no; mi hijo no puede querer eso… interpretas mal tus propios sentimientos… La sociedad va saliendo del tipo militante para entrar en el industrial, como enseña Spencer; fíjate bien en este nombre, hijo mío, Spencer, ¿lo oyes? Spencer, no importa que no sepas aún quién es, con tal que te quede el nombre, Spencer, repítelo, Spencer…
—Spencer…
—¡Así… así! no, no puedes querer eso…
—¡Sí, papá, quiero ser general!
—¿Y si te dan un tiro en la guerra, hijo mío? —insinúa dulcemente Marina desde el fondo de su sueño.
Mira Carrascal a su mujer y a su hijo, baja la cabeza y dice: «¡dejarle! ¡dejarle! que le deje… pero ese hombre… ese hombre… ¡Hay que proceder con energía!. "



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