Balatón (fragmento)Dezső Kosztolányi
Balatón (fragmento)

"Jancsi no entendía lo que pasaba ni qué era lo que quería decir la intervención de su madre, que había resuelto, arbitrariamente, con maravillosa rapidez, el litigio que ya venía andando desde hacía mucho tiempo. Por si acaso, subió corriendo al pórtico. De ahí llegó a una pequeña y oscura habitación. Se puso a buscar en las gavetas el bañador color cereza. Era exactamente como el de su padre, sólo que más pequeño. La señora Suhajda había cosido los dos.
El padre parecía dudar.
Luego, sin haberle dicho nada a su esposa, se puso al lado de un arbusto de uva crespa, como si estuviera esperando a su hijo que se demoraba. Luego, seguramente pensó otra cosa. Salió por el portón de tablas. Se encaminó hacia el lago, algo más despacio que otras veces.
El niño pasó mucho tiempo buscando.
Jancsi había perdido latín en el examen de fin de curso del sexto grado. En ese verano se estaba preparando para rendir el examen extraordinario. Como apenas le daba importancia a los estudios, incluso ahora, en las vacaciones, su padre, como castigo, le había prohibido ir a bañarse en el lago durante una semana, todavía le quedaban dos días sin bañarse. Ahora tenía que aprovechar la oportunidad. Empezó febrilmente a sacar ropas y tirarlas por doquier. Por fin encontró el bañador. Ni lo envolvió, sacudiéndolo al aire se lo llevó para el patio. Allá sólo su madre lo esperaba. Se alzó para exhalarle veloz un beso al rostro dulce, adorado, y salió a toda carrera detrás de su padre.
Su madre le gritó que más tarde ella también iría a la playa.
Suhajda habría avanzado unos veinte pasos por el sendero. Las sandalias de Jancsi, mientras corría, hacían como si aplaudieran el polvo. Lo alcanzó en seguida, junto al seto de cambroneras. Pero unos cuantos pasos antes disminuyó la velocidad, se le pegó cautelosamente, como el perro que no estaba seguro si lo iban a azotar o no.
El padre no decía ni una palabra. Su rostro, que dé vez en cuando el niño espiaba con el rabo del ojo, estaba inescrutable y rígido. Con la cabeza erguida miraba al vacío. Parecía que ni se daba cuenta de él, no le hacía caso.
A Jancsi, que estuvo muy animado por la alegría que había acabado de recibir, se le fueron las alas a los pies, caminaba acongojado, sentía sed, quería beber, hacer sus necesidades, hubiera querido darse la vuelta, pero temía que su padre le volviera a reñir, así era que la situación que él mismo había creado al ir al encuentro de su padre tenía que asumirla, por miedo a que ocurriese algo peor.
Esperaba a ver lo que le iba a suceder.
El camino de las casas de veraneo al lago era de cuatro minutos en total.
Era un balneario deplorable, muy de tercera categoría, sin luz ni otras comodidades, en la pedregosa orilla de Zalá. Aquí veraneaban empleados pobres.
Afuera, en el patio, bajo los morales, mujeres y hombres, en camisa, descalzos, comían sandías y maíz cocido.
Suhajda saludó a sus conocidos con su voz amable de siempre, por lo cual el niño llegó a la conclusión —en medio de esta tregua feliz del enojo—, que no estaba tan furioso como le hacía ver. Sin embargo, más tarde, la frente del padre volvió a ponerse cruel.
Las cigarras cantaban bajo el sol. Ya les llegaba a ellos en oleadas el olor dulzón y putrefacto del agua, y ya se divisaba el destartalado edificio del balneario, pero Suhajda seguía sin hablar.
La señora Istenes, la encargada del balneario, que llevaba el moño atado con un bonito pañuelo rojo, abrió las puertas de sus cabinas y los dejó entrar: en la primera al padre, en la segunda, donde la señora Suhajda solía vestirse, al hijo.
Fuera de ellos no había nadie más en la orilla, sólo un joven de pueblo que estaba reparando un desvencijado botecito. Precisamente estaba enderezando clavos oxidados en el suelo.
Jancsi se desvistió primero.
Salió de la cabina, pero no sabía qué hacer, no se atrevía a entrar en el agua añorada. En su confusión se miraba los pies. Mientras su padre se preparaba, los observaba detenidamente, como si fuera la primera vez que los estuviera viendo.
Suhajda salió con su bañador color cereza, un poco barrigón, pero musculoso, enseñando su pecho cubierto de vello negro, que el niño siempre había admirado.
Jancsi lo miró fijamente para leer en sus ojos. Pero no vio nada. Los cristales de sus lentes de montura de oro brillaban demasiado.
Ruborizado miró cómo entraba su padre en el lago. "



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