Más afuera (fragmento)Eugenio González Rojas
Más afuera (fragmento)

"Todas las mañanas, temprano, una campana sonaba prolongadamente y los hombres salían, semidesnudos, a lavarse en el agua de la quebrada. El caserío cobraba animación. Hacia el cielo indiferente empezaba a subir el humo azul que indica la presencia humana. Después del desayuno, salían los confinados, distribuidos en equipos, a buscar leña para las cocinas. Como los depósitos de árboles resecos se iban agotando, había que irla a buscar cada vez más lejos. A mediodía regresaban los hombres, fatigados y sudorosos, con los haces sobre las espaldas.
Mientras tanto acá, en el campamento, los panaderos cumplían su diaria tarea y los cocineros de turno preparaban el almuerzo. A mediodía, sonaba otra vez la campana y todos se iban a los comedores. Terminado el almuerzo, cada quien se dedicaba a sí mismo. Si la lluvia -y esto era lo más frecuente en aquella época, estación de invierno- obligaba a permanecer en el pabellón, los confinados zurcían sus ropas, conversaban para no dormir o jugaban interminables partidas de brisca con unos naipes en los cuales la mugre casi no permitía distinguir las figuras.
Cuando el tiempo lo consentía, se bañaban en el mar, se dedicaban a la pesca, y salían de excursión por las quebradas. Otros permanecían frente a la cuadra, formando esos corrillos indolentes que es posible ver en cualquier calle atravesada del arrabal: iguales rostros demacrados, idénticos andrajos, el mismo abandono perezoso. Así, toda la tarde: lenta, tediosa, abrumadora. Y en seguida, otra vez la noche, y las canciones de Endeiza y de Bartolo, y las partidas de brisca, y las charlas deshilvanadas sobre las cosas de siempre. Y, a las nueve en punto, nuevamente la campana de Tenencia llamando ahora al silencio, a la quietud. Un encogimiento de hombros, un bostezo y a dormir.
Un día más...
Desde los rincones, algunos faroles de parafina pretendían, en vano, ahuyentar la sombra que penetraba, junto con el frío, por invisibles ranuras que nadie hubiera podido tapar. Los hombres dormían: de los oscuros montones de andrajos, alineados en dos filas a lo largo de la cuadra, subía el rumor sordo y acompasado de las respiraciones.
Afuera, el mundo era una masa negra, gimiente.
Pasaba el viento, despertando ecos quejumbrosos en las hondonadas; extrañas voces desgarraban la densa tiniebla nocturna; venía rodando, desde muy lejos, la tormenta, y el océano, agitado por su eterna locura misteriosa, rompía contra los solitarios acantilados su ronco oleaje.
De vez en cuando, se escuchaba en la cuadra una tos seca, silbante. Algunos hombres, interrumpidos en su sueño, ocultaban la cabeza bajo las mantas, gruñendo vagas protestas, y los ratones que pululaban entre los durmientes huían a cobijarse, atemorizados, en sus covachas. "



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