Promisión (fragmento)Carlos María Ocantos
Promisión (fragmento)

"El negocio marchaba sobre ruedas, después de tal cual tropiezo y probable atascamiento, difíciles de evitar en toda empresa nueva: se trabajaba, se vendía, se pagaban las trampitas, y como la clientela aumentaba y el artículo estaba hecho, pudieran limpiarse de polvo y paja las ganancias y los cimientos de la tienda serían inconmovibles. Aspiración suya y de todos, a la que todos prestaban mano solícitos, cada cual en su esfera y según sus fuerzas: D. Rufino y Blümen, comprando materiales, buscando al género pronta salida, echando cuentas claras y afirmando relaciones en la plaza; ella y Crescencita, pegadas al mostrador el santo día, vigilando y ayudando a las oficialas, pescando con el anzuelo de su sonrisa a los compradores. Eran muchos los jóvenes de la aristocracia que iban nada más que porque les probara los guantes Crescencita, y la Ciudad de Cádiz se había puesto de moda, al punto que hacían cola los coches delante de la puerta. Se trabajaba, sí, sí, y se vendía la mar. Ya D. Rufino y Blümen tenían el pensamiento de abrir una sucursal en el centro, en la calle Florida, si posible fuera, con anaqueles de roble, espejos y terciopelos. Pero antes había que pagar íntegramente el préstamo a los mostachos color de limón, y al Banco de la Provincia, porque «la fe comercial es lo primero».
Se rascaba la monda barbilla D. Rufino y con los tres pelos bismarckianos agotaba las conferencias. La ambición de ir más allá, salvadas las primeras piedras y adquirida la velocidad del poderoso empuje, le escocía y no le dejaba parar. Pero la prudencia y la cachaza de Franz le sujetaban. Excelente socio este germano frío, máquina de hacer números, mudo, sordo y ciego mientras no se le tirara de la cuerda correspondiente a cada sentido, como a pelele de madera, que mueve los brazos y piernas, rueda los ojos y saca la lengua a voluntad de la mano ajena. ¡Qué hombre, Señor, qué hombre! Doña Orosia dudaba que allí dentro hubiera algo parecido al alma, ni otra cosa que no fuera paja o estopa. Porque cuidado que todo en él figuraba efecto de autómata, lo mismo los movimientos que las palabras, secreto girar de muelles y de resortes que producía la voz y el juego de los músculos... En fin, ellos, los Duseuil, le conocían bien a fondo, y comprendían de qué grande utilidad un hombre de estos resulta para una empresa cualquiera que se inicia y ha de ser dirigida por otro de genio tan vivo y de sangre tan andaluza como D. Rufino; usando de una comparación poco culta, pero propia, de doña Orosia, Franz venía a ser para D. Rufino lo que al potro arisco la manea, que le ata y no le deja andar sino a saltos.
Lo cierto es que, tirando el uno y aflojando el otro, la tienda se acreditaba, y en un par de añitos, libres de la carcoma del préstamo, podrían desplegar las velas sin temor alguno; tira y afloja que, aun a los que conocían los respectivos caracteres de los dos socios, les chocaría de seguro, porque, en realidad, ni la viveza de genio de D. Rufino llegaba a la intransigencia, ni la pachorra de Franz a la anulación de toda iniciativa. Aquí doña Orosia tosía más fuerte y velaba misteriosamente la voz... De cierto tiempo acá, parecía que andaba más taciturno el germano: comía con ellos, y en la mesa suspiraba mucho, bebía poco y hablaba menos, menos que lo que comúnmente tenía por costumbre; luego, apenas salía; se pasaba encerrado en su cuarto las horas que su deber le libertaba del plantón en la tienda o del callejeo ordinario. "



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