Don Perfecto (fragmento)Carlos María Ocantos
Don Perfecto (fragmento)

"El año 65 y siguientes fueron de guerra extranjera y lo digo con pena: no ofrecí mi brazo a la patria en lucha con el tirano paraguayo, por no abandonar aquel niño enfermo y que yo creía próximo a la muerte. Con arreglo a la ley, puse quien me reemplazara, y bastante lo he sentido después, porque la defensa de la patria sólo el ciudadano y el patriota capaces son de realizarla.
El año 71 fue también de muerte y desolación. Murió mi hermana Clara, murió mi tía Sandalia; y murieron Sara, Daníasia, y don Isaías...
Agazapada en la ardiente costa, brasileña, la fiebre amarilla espiaba la ocasión de venir a las argentinas tierras, de las que mucho bueno debió de oír, para ejercer su mortífera industria, y escondida tal vez en algún saco de café de los que importaba el rico don Isaías, aquí plantó por febrero o por mano, y abriendo su cajita de Pandora soltó todos los perversos microbios que traía, y envenenó el aire purísimo en que vivíamos confiados. Entonces la santa Higiene, paladín de las ciudades modernas, no recibía el culto que sus virtudes merecen, y no hubo quien detuviera a la fúnebre intrusa que como el ángel de la Escritura, fue trazando una cruz sobre cada puerta y esparciendo la muerte por todas partes.
Se abatieron, al primer golpe de guadaña, centenares de víctimas, y en pocos días se sumaron miles. Reinó el terror sobre la ciudad maldita; se vieron desiertas sus calles, que sólo cruzaban los cortejos mortuorios, el santo Viático o los empleados de funeraria, con las negras cajas al hombro; el Comercio y sus hermanas, las Industrias, quedaron paralizados y como muertos también; huían los que escapar podían, y todo era llantos, tinieblas, confusión, dolor y ruina. "



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