La república de las letras, cuadro de costumbres literarias (fragmento)Manuel Ossorio y Bernard
La república de las letras, cuadro de costumbres literarias (fragmento)

"Hay necesidad de destruir una preocupación, tan general como arraigada, y no es otro el objeto que en estos párrafos me propongo; pero como el asunto es muy arduo y mis fuerzas muy cortas, me limitaré á unas cuantas indicaciones, dejando á plumas mejor fabricadas que la mía el cuidado de dilucidar completamente el tema.
La preocupación no es otra que la vulgaridad de suponer que para ser un sabio hay necesidad de estudiar; cuando solo se requiere sentar plaza de tal y encargar á los amigos que corran la voz.
Sí, apreciables padres de familia, chapados á la antigua y que os empeñáis en y para dar estudios á vuestros hijos; sí, aplicados jóvenes que os quemáis las pestañas y os calentáis la frente, desentrañando las afirmaciones científicas. Estáis en el más craso de los errores, é ignoráis completamente lo que es el mundo al atacar la ciencia por sus prolegómenos, estudiar las etimologías de las voces y suponer que la prótasis debe preceder á la catástrofe, como sostienen desde Escalíjero y Marmontel hasta el Don Hermógenes de Moratín.
Hoy la moda exige un cambio radicalísimo, y facilita los medios de hacerlo, sentando plaza de sabio en vez de comenzar por estudiante, ocupando la tribuna del maestro en vez del banquillo del discípulo, y diciendo uno á voz en grito, que no hay problema que se le resista, dificultad que le detenga, escollo que le ahogue, ni laberinto en que se pierda.
¿Cuánto habrían tenido que luchar muchos individuos, á quienes conoceréis sin duda, en abrirse paso y ser justamente apreciados por sus contemporáneos, á no haber sentado plaza de sabios?
¡Cuántos libros habrían tenido que consultar para ello! i Cuántos estudios que hacer en la naturaleza! ¡Cuántos ensayos que inutilizar! ¡Cuántos desengaños que sufrir y cuán poco dinero que contar!
En vez de eso, unos han afirmado que conocían el sánskrito, otros que sabían leer, como en una cartilla, en los terrenos esquistosos y cuaternarios; otros se han hecho poetas de la política, ó políticos de la poesía y los más se han proclamado filósofos, á lo Kant ó á lo Krause, para tener el gusto de que nadie les entienda, sin el egoísmo de entenderse á sí propios.
Y, con efecto, han hecho gemir á las prensas y al público; se han presentado en escena, anunciándose previamente como notabilidades, y han hecho todo el ruido posible con los cascabeles eruditos y filosóficos que rodean sus cuellos.
Para los mismos, nada hay aceptable ni digno de respeto; las reputaciones caen por tierra, y los más preclaros poetas son unos usurpadores que tienen embaucada á la muchedumbre. Retratar y corregir las costumbres por medio del libro ó del teatro, nada vale, nada significa al lado de cualquiera de sus disertaciones sobre el yo y el no yo; conservar el culto de lo grande, de lo noble y de lo bueno, es una hipocresía indigna de los verdaderos poetas, cuya misión, según los sabios, no es otra que llevar á la rima las palpitaciones del ser, entre lo finito y lo infinito. Predicar el trabajo es menos digno que concertar dos apotegmas; sembrar los principios del cristianismo es un atentado contra la supremacía del ser humano; ser buenos es equivalente á ser cursis, en este tiempo de conferencias filosóficas sobre todo lo que puede saberse y un poquito más. "



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