Tiempo de vivir, tiempo de morir (fragmento)Erich Maria Remarque
Tiempo de vivir, tiempo de morir (fragmento)

"El refugio era espacioso y bajo, muy bien construido, con galerías, pasillos laterales y luces: había bancos y guardias designados para mantener el orden. Muchas personas habían llevado colchones, mantas, maletas, sacos y sillas plegables: la vida bajo tierra estaba ya organizada. Graeber miró en torno suyo. Era la primera vez que estaba en un refugio antiaéreo con paisanos. La primera vez con mujeres y niños. Y la primera vez, en Alemania.
La luz, lívida, azulada, daba un color violáceo en los rostros de las gentes. Hubiérase dicho una apretada legión de ahogados. Graeber advirtió que no lejos de él se encontraba la amazona vestida de rojo. Su bata era ahora violeta, y su pelo tenía un brillo verdoso. Miró a Elizabeth. Su rostro parecía gris y desencajado; tenía los ojos hundidos, y sus cabellos habían perdido el brillo y caían fláccidos sobre sus hombros. «Gente ahogada —pensó—. Ahogada en la mentira y en el temor, acosada hasta el extremo de tener que agazaparse bajo la tierra, ¡en pugna con la luz, la pureza y la verdad!»
Frente a él había una mujer con dos niños, encogida y trémula. los niños se apretaban contra sus rodillas. Sus rostros eran chatos e inexpresivos, como congelados. Sólo tenían vida, sus ojos. Brillaban con luz reflejada, eran grandes y los tenían muy abiertos; miraban hacia la entrada cuando arreciaba el estruendo; luego hacia el techo, muy bajo, y las paredes, para volver de nuevo a la entrada. Sus movimientos no eran rápidos y espasmódicos. Seguían las fluctuaciones del ruido con ojos de animales paralizados, pesada, vagamente, y de pronto, con gran rapidez, como si estuvieran en trance, recorrían el recinto en todas direcciones; y la débil luz se reflejaba en ellos. No veían a Graeber, y ni siquiera a su propia madre: el poder de reconocimiento y de comunicación se había desvanecido en ellos: con anónima aplicación seguían algo que eran incapaces de ver: el zumbido que podría ser la muerte. No eran ya lo bastante pequeños como para no husmear el peligro, ni lo bastante mayores para dar una inútil muestra de valor. Estaban alerta, indefensos y resignados.
Graeber vio de pronto que procedían así no sólo los niños; los ojos de las demás personas se movían en ti mismo sentido. Sus rostros y sus cuerpos permanecían inmóviles; escuchaban, y no sólo con los oídos, sino también con sus hombros caídos, con sus muslos, con sus rodillas, con sus brazos y con sus manos. Escuchaban inmóviles; sólo sus ojos seguían las oscilaciones del sonido como si obedeciesen a una voz de mando inaudible,
Entonces percibió el miedo.
Algo cambió, imperceptiblemente, en la pesada atmósfera. La tensión se relajó. Afuera seguía el estruendo, pero se tuvo la impresión de que, de algún lado, un viento fresco atemperaba el ambiente. No se veían ya en el amplio sótano cuerpo agobiados; lo llenaban seres humanos que habían dejado de ser sumisos y apáticos; se movían de un lado para otro con las cabezas erguidas y se hablaban entre sí. Volvían a tener rostros y no máscaras.
—¡Ya han pasado! —exclamó un anciano junto a Elizabeth.
—Pueden volver —observó alguien—. LO hacen a menudo. Dan media vuelta y regresan cuando la gente ha abandonado los refugios.
Los dos niños comenzaron a moverse. Un hombre bostezó. De algún sitio salió un perro basset, que se puso a husmear. Un niño gritó. Unos cuantos deshicieron sus paquetes y empezaron a comer. Una mujer lanzó un chillido estridente, como una valkiria:
—¡Arnold! ¡Nos hemos olvidado de apagar el gas! ¡Adiós nuestra comida! ¿Por qué no me lo recordaste?
—No te preocupes —dijo el interpelado—. Cuando hay un ataque aéreo, las autoridades cortan el suministro de gas.
—¿Que no me preocupe? Si vuelven a darlo, la casa estará llena de gas. Eso es aún peor.
—Cuando es sólo una alarma, no cierran el gas —dijo una voz pedantescamente—. Sólo cuando se produce el ataque.
Elizabeth sacó de su bolso un peine y un espejito y se arregló los cabellos. En la luz mortecina, el peine parecía como si estuviera hecho de tinta seca, pero bajo él los cabellos crujían briosos y llenos de vida. "



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