Sus ojos en mí (fragmento)Fernando G. Delgado
Sus ojos en mí (fragmento)

"Todo lo terminaba el diablillo con risas, esas risas que a veces afloraban en mí como si no respetaran el terreno interior donde de verdad sonaban.
Y reía el diablillo ahora porque monja no era, sin embargo, la mujer que invitaba con frecuencia a Gracián a su casa, y que Gracián visitaba, y sobre cuya pista me puso el diablillo.
Para él no era tan rara ni maliciosa como la veía Teresa, aunque, al parecer, había dicho aquella mujer que se carteaba con el demonio. A Teresa le parecía una peligrosa embustera y al demonio lo consideraba incapaz de cartearse con ella. Por eso le advirtió a Gracián que tenía que andarse con recato ante semejante individua, y no entrar y salir de su casa, si no quería que le pasara lo que a santa Marina, aunque Teresa dudó de que fuera a santa Marina a la que le ocurriera lo que ella tenía leído. Pero de santa Marina, o de la santa que fuera, dijeron que era suyo un niño que no era suyo y padeció mucho las consecuencias. Y aunque no era eso exactamente lo que Teresa pensaba que podía llegarle a pasar a Gracián, que nada tenía de santa Marina al menos, y «para que mejor se atajase», lo quería ver lejos de aquella embustera y de aquella casa.
Luego quiso disimular, quitarle importancia a la reprimenda, creyendo que se había pasado, y se llamó maliciosa a sí misma, y dijo que todo aquello era bobería, y añadió algo así como que en esta vida todo es necesario, y que bien sabía él lo que tenía que hacer, que no sólo era mayorcito sino de muchos saberes y virtudes. Le quedó una preocupación: que la Inquisición supiera de aquellos negocios y la tomara con su Gracián.
Y ahí creí yo que acababa el interés del diablillo por Gracián y las mujeres y por Teresa con las mujeres y Gracián. Muy preocupada había visto el diablillo a la madre Teresa por los atrevimientos de su priora sevillana y las posibles tentaciones de sus monjas mozas o de los frailes que las frecuentaran, y muy preocupada, a la vez, por Gracián entre ellas.
Fray Humberto, sin decidirse a hablarme de celos, como más de una vez los había sugerido, me habló de los celos de Teresa sin nombrarlos. Aunque los citó en cuanto pudo, tan pronto me vio levantar la cabeza del papel en actitud de estar pensando en escribir de otra cosa. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com