Henry y Cato (fragmento)Iris Murdoch
Henry y Cato (fragmento)

"Evidentemente no se consideraba un tirano. Colette estaba cansada y nerviosa aquella primera noche. No habían vuelto a tocar el tema y ni siquiera habían discutido ningún otro asunto de interés desde entonces.
Observando a su hija, John la veía ahora más desarrollada, menos infantil. Por supuesto, aceptaba su declaración de ser todavía virgen, porque sabía que ella nunca habría de mentirle. La causa del cambio no había sido una aventura sexual. Transcurrido cierto tiempo, sin embargo, decidió que lo que veía en ella no era exactamente una nueva madurez, sino una especie de absurda erupción de confianza propia de las chicas jóvenes. Quizá no fuera más que el hecho de haber ganado en atractivo y ser consciente de ello. Colette tenía ahora la misma edad que Ruth cuando John Forbes la viera por primera vez, siendo los dos estudiantes de historia en Birmingham. Ruth había sido más corriente, menos alta, con el pelo corto y pardusco, la cara más redonda y parecida a la de Cato, no bonita, pero con una inteligente expresión humorística y de tranquila y maravillosa sagacidad que le había encantado desde el primer momento. La cara de Colette era más huesuda, más como la suya. John y Colette eran de tipo esbelto, John pareciendo más flaco ahora que su pálido cabello color jengibre se le volvía gris y se le aclaraba en la coronilla. Cato se pondría luego más corpulento, como Ruth lo hubiera sido. Colette tenía los límpidos ojos castaños de su madre, pero mientras los ojos de Ruth siempre se hallaban animados por el pensamiento o la diversión, los ojos de Colette estaban siempre, como de forma bastante deliberada, muy abiertos, misteriosamente desorbitados y brillando con una especie de poder o meramente con la autocomplacencia de las muchachas.
John empezaba a llegar a la conclusión de que aquel aire de confiada madurez de que hacía gala su hija mientras se ocupaba de sus elementales tareas caseras no era más (y nada menos, desde luego) que una alegría perfectamente irracional por ser guapa y saludable y joven. Y después de todo, por qué no, él lo admitía a regañadientes. Cuando ella corría o hacía cabriolas por la casa, piernas largas sobre pies ligeros, diestra, medio sonriente, con el largo cabello recogido en una trenza para facilitar el trabajo, él sentía su poder, como si un nuevo y poderoso centro de irradiación se hubiera establecido próximo a él. No era un poder intelectual, pero tampoco era puramente sensual, era un poder espiritual, pero espíritu en forma de juventud en bruto casi salvaje, casi peligrosa, casi inconsciente. Es como un joven caballero, pensaba, creyendo tan extraña y tan sencillamente en la eficacia de la inocencia. Quizá sueña con aventuras, con causas justas en las que su pureza se transforma en valentía y poder. Cree que va a ser una influencia pura, un salvador, que salvará «de sí mismo» a algún hombre condenado. Con una insolencia conmovedora se valora a sí misma simplemente porque es una muchacha intacta. Pobre niña. Ahí está, lista y en condiciones de provocar interminables problemas a sí misma y a los demás. Toda la formación que había puesto en ella, no la había llevado a la búsqueda del saber, sino a esa peculiar especie de infantilismo del orgullo espiritual. Aunque en cierta forma también estaba impresionado por ella y complacido con el despertar de su sensibilidad propia. "



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