El Cairo nuevo (fragmento)Naguib Mahfuz
El Cairo nuevo (fragmento)

"Por la tarde abandonó el cuarto tras ponerse su traje, arreglarse y acicalarse esmeradamente. Tomó el camino de Almunira, ya que había quedado con Alajxidi en el domicilio de éste. Había hecho multitud de reflexiones, que intermitentemente había interrumpido la satisfacción, y también se había dicho, sin creerlo del todo: «Esta tarde me caso».
La hoja con los puntos que debía desarrollar en la crónica sobre la fiesta de la Asociación de Ciegas seguía encima del escritorio. Le pareció increíble el rumbo que habían tomado los acontecimientos. Las puertas del funcionariado se le habían abierto e iba camino de pagar el precio que ello le costaba. Pagaba casándose. Pero no debía insistir en la palabra si tanto le aterraba porque —al fin y al cabo— sólo era una palabra. Cuántas cosas que consideramos verdades y valores son sólo palabras. El matrimonio era sencillamente una convención social. En algunos países estaba permitido casarse muchas veces y en otros tener muchas esposas. Tampoco faltaba alguno donde el adulterio se practicaba por las claras, y había sociedades donde el libertinaje era ley. Dado que la legislación sobre el matrimonio no era uniforme, podía hacerse respecto a él lo que el propio valor y la propia osadía permitiesen.
Mientras caminaba fue haciéndose reflexiones de este estilo hasta que, de pronto, se acordó de sus padres y a pesar suyo sintió angustia y miedo. Rompió a sudar. Pensó en su madre, que estaba convencida de que él no hacía nunca nada malo. Pensó en el paleto de su padre, tan de una pieza y tan pundonoroso. No sabían que se casaba y no tenía idea de si alguna vez lo sabrían. Y por otra parte, ¿podría tolerar acaso que supieran la verdad? Ni su filosofía ni sus nervios le daban capacidad para hacer frente a semejante desafío. El recuerdo de sus padres se afirmó en su mente como si fuera un fantasma amenazador. Con lo que necesitaba ideas claras, agilidad mental y presencia de ánimo... Su novia estaría esperándole, esto era real y, sin embargo, parecía inventado. ¿Quién sería? ¿Qué aspecto tendría? ¿Cómo sería su familia? ¿Qué características y qué tipo de comportamiento la definirían? El corazón le aseguraba que sería bella; de otro modo no habría conseguido atraer a una persona como Cásim bey. Tampoco resultaba difícil deducir que sería pobre, dado el esposo que le habían elegido. Si hubiera sido rica no habrían podido privarla de un matrimonio adecuado a su categoría, porque la honra es una tenaza que sólo a los pobres les aprieta el pescuezo. ¿Qué le depararía aquella atípica vida conyugal? ¿Qué sentimientos experimentaría hacia su esposa en los días venideros? ¿Cómo serían los de ella por él? ¡Qué vida ésta, a qué cosas obliga! Tanto su filosofía como su fuerza iban a ser puestos a prueba, pero él seguiría adelante sin vacilar. Aquél no era el momento de buscar solución a la multitud de problemas que le reservaba el mañana; ya sabría cómo resolverlos una vez enfrentado a ellos y, como en el pasado, saldría vencedor de las dificultades. Experimentó, una sensación de seguridad, de orgullo, de arrogancia y siguió adelante con paso firme hasta hallarse frente a la vivienda de Alajxidi.
Fue este mismo quien le abrió la puerta.
—¿Estás preparado? —le preguntó mientras se dirigían al dormitorio.
—Ya ves que sí, bey —respondió sonriendo, para ayudarse a mantener la confianza en sí mismo, pero al mirar a Alajxidi, ya no vio en él nada de lo que antes le imponía respeto, y muy hondo se insinuó el deseo de desafiarle y humillarle.
—El letrado con licencia para validar contratos matrimoniales estará aquí en seguida —anunció el otro.
—Qué rigor —repuso Mahyub esbozando una sonrisa. El anuncio de Alajxidi le había sonado extraño.
—Hoy descubrirás un nuevo mundo, amigo mío —dijo Alajxidi esbozando una sonrisa a su vez—, Pero permite que te presente a la novia y a tus suegros.
Mahyub fue tras él con el corazón palpitante; sus ojos expresaban curiosidad y una especie de timidez indecisa. Interiormente invocaba la capacidad de atrevimiento y frescura que tenía mientras aguzaba la vista para percibir cuanto antes qué le reservaba el porvenir.
Alajxidi, que iba delante, anunció al entrar:
—Te presento a los dignísimos miembros de tu nueva familia.
Cuando Mahyub entró se encontró con el rostro que menos cabía esperar. Era Ihsán Xihata, la mismísima Ihsán Xihata Turki.
Y los ojos de los prometidos se cruzaron. "



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