Modeste Mignon (fragmento)Honoré de Balzac
Modeste Mignon (fragmento)

"Por acontecimientos que precisan ser relatados, las propiedades del señor Mignon, en otro tiempo el negociante más rico del Havre, fueron vendidas a Vilquin, uno de sus rivales en la plaza. En su alegría por apoderarse de la célebre «villa Mignon», el comprador olvidó pedir la anulación de aquel arriendo. Para no estropear la venta, Dumay habría firmado entonces todo cuanto Vilquin hubiese exigido; pero una vez consumada, se agarró a su arrendamiento como a una venganza. Permaneció en el bolsillo de Vilquin, en el corazón de la familia Vilquin, observando a Vilquin, atormentando a Vilquin, siendo, en una palabra, el tábano de los Vilquin. Todas las mañanas, al asomarse a su ventana, Vilquin sufría un momento de violenta contrariedad al ver aquella joya de la construcción, aquel chalet que costó sesenta mil francos y que centellea como un rubí al sol. ¡Comparación casi exacta! El arquitecto construyó este «cottage» con ladrillos del rojo más hermoso, separados por líneas blancas. Las ventanas estaban pintadas de verde vivo y las maderas de un castaño que tiraba a amarillo. El tejado se adelantaba varios pies. Una linda galería recortada presidía el primer piso y un mirador proyectaba su jaula de cristal en medio de la fachada. La planta baja se componía de un hermoso salón y un comedor, separados por el rellano de una escalera de madera cuyo diseño y ornamentos eran de una elegante simplicidad. La cocina estaba adosada al comedor y el salón se prolongaba por un gabinete, que entonces servía de dormitorio al señor y la señora Dumay. En el primer piso había dispuesto el arquitecto dos habitaciones, cada una con su tocador, a las que servía de salón el mirador; por último, encima se encontraban, bajo la armadura del tejado, que se asemejaba a dos naipes puestos el uno contra el otro, dos habitaciones para la servidumbre, iluminadas por ojos de buey y abuhardilladas, pero bastante espaciosas. Vilquin tuvo la mezquindad de levantar un muro en la parte de los huertos. Tras esta venganza, las pocas centiáreas que el contrato dejaba al Chalet parecían un jardín de París. Las dependencias, construidas y pintadas en forma que hiciesen juego con el Chalet, estaban adosadas al muro de la propiedad vecina. El gabinete en que entonces dormían los señores Dumay, estaba entarimado y techado como la cámara de un paquebote. Estas locuras del armador explican la rabia de Vilquin. El pobre comprador quería acomodar en el «cottage» a su hija y a su yerno. Conocido por Dumay este propósito, podrá explicaros más adelante su tenacidad bretona. Se entraba en el chalet por una pequeña verja de hierro, cuyas lanzas levantaban algunas pulgadas por encima de la empalizada y el seto. El jardincillo, de una longitud igual a la del fastuoso cuadro de césped, se hallaba entonces lleno de flores: rosas, dalias, los más hermosos y raros productos de la flora de invernadero, pues —otro motivo de dolor «vilquinario»— el pequeño y elegante invernadero, el invernadero de fantasía, el llamado invernadero de Madame, pertenece al Chalet, y separaba la «villa Vilquin», o, si lo preferís, la unía al «cottage». Dumay se resarcía de la sujeción de su caja con los cuidados del invernadero, cuyos productos exóticos constituían uno de los placeres de Modesta. El billar de la «villa Vilquin» comunicaba antiguamente, a través de un inmenso palomar en forma de torre, con ese invernadero; pero desde la construcción del muro que le había privado de la vista de los huertos, Dumay tapió la puerta de comunicación. "


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