La viajera (fragmento) "A las ventanillas se asomaron montañas ingentes, llanuras verdes, trigales recién segados, riachuelos entre rocas y puentecillos rústicos. Subían y bajaban los alambres del telégrafo. La viajera había sacado un libro del bolsillo. No acerté a ver más que el nombre del editor. Un editor católico que traduce novelas de sacerdotes irlandeses y publica obras de obispos españoles. Me conmoví y me azoré más todavía. Insensiblemente se adueñaba de mí aquel aire de bondad y rectitud que extendía en torno suyo mi compañera de viaje. Para una mujer como ella fueron inventadas esas palabras de hogar que oímos a nuestras madres y a nuestras hermanas. Bien segura podía viajar que nadie la molestara. Era de las damas imponentes y de ojos serenos, ante las cuales retrocede el más sinvergüenza. Poco a poco, gracias a pequeños incidentes, trabamos conversación, pero siempre dentro de una gran corrección por parte mía y de una absoluta distinción por parte de ella. Comimos en Tortosa, y después ella volvió a recostar la cabeza en el respaldo y cerró los párpados. Mediaba el día y, bajo el sol de junio, las huertas regadas por el Ebro tenían polícroma exuberancia. Al salir de Masalfasar-Albuixech, ya vencida la tarde, consulté la guía. Faltaban dos estaciones nada más para Valencia, y se lo dije apenado. -Dentro de unos minutos llegamos a Valencia. -¿Sí? -Sí. Faltan nada más que el apeadero del Machistre y el Cabañal. -¡Ah! Me pareció que también se entristecía. Si se hubiera tratado de otra mujer, se lo hubiera dicho. -Le estoy muy agradecida, caballero. Ya le diré a mi marido lo amable y lo correcto que ha estado usted conmigo. Me incliné gravemente, y ya no volvimos a cruzar palabra hasta entrar en agujas de Valencia. -¿Ya? -Ya. Callamos. Entró el tren sonoramente, haciendo retemblar los cristales de la techumbre. Antes de que se detuviera abrieron la portezuela y entró un caballero. Ella se abrazó a él y se besaron. -¡Oh! ¡Carlos! -Su hermano, sin duda -pensé. Luego se volvió hacia mí, sonriendo. -Mira, Carlos: da las gracias a este caballero. Se ha portado conmigo admirablemente durante el viaje, según le recomendó mamá en Barcelona. Y, señalándome al caballero, añadió: -Mi marido... Debí poner una cara francamente imbécil. -¡Ah! Tantas gracias, señor, tantas gracias... ¿Usted sigue? -Sí... Voy hasta Madrid. -¡Ah! También yo iré a Madrid... En Octubre, cuando se reanuden las sesiones de Cortes. Creí que me caía de espaldas. Pero me incliné correctamente, con la mayor corrección posible, procurando contener la risa. " epdlp.com |