Hijo de la luna (fragmento)Dimas Lidio Pitty
Hijo de la luna (fragmento)

"El terror se apoderó del pueblo y algunos propusieron trasladar el ganado sobreviviente a las riberas del Chirigagua, en el Valle de las Nubes, al otro lado de los cerros. Allá el agua y los pastos eran buenos; seguramente a ese lugar no llegaría la enfermedad. Pero esta idea, que al principio pareció aceptable, fue rechazada porque otros alegaron que si algunas reses ya iban contaminadas, al juntarse éstas con las sanas, la plaga acabaría con todas. Además, el viejo Eustaquio contó que, medio siglo antes, en las comarcas de la costa, él había visto una epidemia y había aprendido que era inútil tratar de huir: el espíritu del mal estaba en el aire, en el agua, en la tierra y en todas partes. Las pestes, dijo, eran como las tormentas; ante ellas no se podía hacer más que esperar a que pasaran.
Entonces alguien discurrió pedir ayuda a las autoridades. Vinieron veterinarios de la capital de la provincia, ordenaron que todas las reses enfermas fueran muertas y enterradas, regaron cal en los corrales y se marcharon pero hubo nuevos brotes. Luego el cura de Dolega fue llamado y organizó rogativas en las que tomaron parte hasta los niños de pecho, porque el llanto de los angelitos puede más que las oraciones de los pecadores, pero no surtieron efecto. Finalmente, hubo una colecta para traer a un curandero y encantador de Gariché que trazó cruces de ceniza en la plaza, entintó con un hisopo las ubres de las vacas y, a medianoche, ataviado con una túnica morada y con un turbante repleto de lentejuelas, entonó extraños rezos en los pastos, pero el ganado siguió muriendo, hasta que la peste negra asoló los potreros y dejó en la desesperación a mucha gente.
Mientras tanto, Ismael tenía semanas de no llegar al pueblo. Pero su ausencia la gente apenas la notó, angustiada como estaba por la peste y las calamidades que ésta había desatado. Pesarosamente, sin palabras, sentados en los portales o caminando cabizbajos por las calles sin pavimento, los hombres calculaban las pérdidas y el tiempo que les llevaría reponerlas. Aun en pleno sol, una neblina triste parecía flotar sobre las casas con el humo de los fogones, y cierto día una vieja advirtió que de las mañanas había desaparecido el canto de los gallos. Un sopor tibio y denso envolvía al pueblo, como si la plaga no sólo hubiera matado reses sino caldeado y espesado el aire.
Sin embargo, el segundo sábado de cuaresma sucedió algo que volvió a poner la atención general sobre Ismael. Ese día llegó casi al anochecer, no se detuvo en la tienda y, con aspecto más extraviado que de costumbre, pidió dos botellas donde Saúl. Allí pagó y salió sin tomar ni un trago. Los que estaban en ese momento en la cantina contaban, entre divertidos y asombrados, que metió las botellas en las alforjas, montó y se alejó al paso, mirando el suelo como ido, como si sintiera tener más agua que nunca en la cabeza. Parecía que no había dormido en un mes; tenía ojos de candela, dijo uno. Debe ser que se está volviendo loco. "



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