El alemán de Atacama (fragmento)Roberto Ampuero
El alemán de Atacama (fragmento)

"El local estaba vacío, el piso de cerámico relucía limpio, las botellas colgaban apuntando hacia abajo y todo lo envolvía el aroma a café recién tostado. A través de los ventanales admiró la gran piscina de fondo celeste y los chañares que la circundaban.
—¿Qué se sirve, caballero? —preguntó un hombre de mediana edad que apareció de pronto detrás de la barra.
—Un cortado para mí y lo que desee para usted, y todo a mi cuenta —anunció generoso Cayetano colocando su gorro de lana sobre la barra.
El hombre se sonrojó y masculló algo ininteligible por entre los dientes. Luego activó la cafetera diciéndose que aquel bigotudo de anteojos gruesos y con pinta de mexicano parecía un tipo simpático. Buen modo de comenzar la mañana. En realidad, no abundaban los turistas afables en el oasis. La mayoría eran turistas que arribaban ansiosos, buscando algo indefinido, angustiados por la sensación de que debían cumplir un itinerario urgente y desconocido.
—Si uno desea reservar una habitación, ¿con quién lo hace? —preguntó Cayetano.
El barman se viró hacia él sin dejar de hacer girar una palanquita de la máquina y repuso con una sonrisa:
—Con el dueño, o si no está, como ahora, que anda comprando verduras, habla conmigo. Aquí hago de todo. De barman, cajero, maletero, jardinero, hasta de cocinero.
La cafetera lanzó un resoplido agudo, como de animal herido, y luego despidió vapor y un líquido oscuro por sus intersticios. El barman llenó dos tacitas con café y espuma de leche y las colocó sobre el mesón. Cayetano decidió que era la hora de dejarse de rodeos:
—Escúcheme, mi amigo, no hace mucho se hospedó aquí una alemana.
—Aquí se alojan alemanes todos los días. Llegan por cientos, especialmente mochileros —revolvió su taza indiferente, acodado en el mesón—. Y desde hace más de tres años, por ejemplo, viven aquí, por temporadas, técnicos alemanes de una empresa minera.
—De la Antares. De esos precisamente se trata. Me refiero a una alemana que trabajaba para Antares y que se fue hace un tiempo de San Pedro. ¿La recuerda?
El barman se cruzó de brazos y miró intrigado al detective. Luego pasó un paño húmedo sobre la superficie del mesón.
—Me acuerdo de esa mujer. Sí, porque era la única del grupo.
—¿Cómo se llamaba?
En cuanto advirtió cierto gesto de incertidumbre en su rostro, Cayetano extrajo un billete de cinco mil pesos de su pantalón y lo hizo resbalar sobre la barra.
—Cobre y el vuelto es suyo a cambio del nombre. Es importante para mí.
Lo vio caminar resuelto hacia la pequeña recepción de la hostería, donde trasteó un rato entre cajones. Al final apareció serio con un cuaderno de tapas gruesas.
—Fue hace como dos meses. Debe estar en uno de estos registros —susurró concentrado—. Creo que se llamaba Bárbara.
Buscó durante unos instantes en el cuaderno. El detective aprovechó para sorber el café con calma y pasear la vista por el bar. Era un lugar acogedor, dispuesto en forma circular en torno a una chimenea de piedra que en las noches de invierno debía entibiar deliciosamente aquel ambiente. "



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