Opus Nigrum (fragmento)Marguerite Yourcenar
Opus Nigrum (fragmento)

"Zenón se tendió en la cama que habían preparado para él con sábanas limpias, en el piso de arriba. La noche de octubre era fría. Catherine entró con un ladrillo caliente y envuelto en trapos de lana. Arrodillada en el pasillo que quedaba entre la cama y la pared, introdujo el paquete ardiendo debajo de las mantas, tocó los pies del viajero, luego sus tobillos, les dio masaje lentamente y de súbito, sin decir ni una palabra, cubrió aquel cuerpo desnudo de ávidas caricias. A la luz del cabo de vela que sobre el cofre había, el rostro de la mujer no tenía edad, no era muy diferente del que, hacía más de cuarenta años, le había enseñado a hacer el amor. No impidió que ella se acostara pesadamente a su lado, bajo el edredón. Aquella mujer grandona era como el pan o la cerveza, de los que uno se sirve con indiferencia, sin ascos y sin deleites. Cuando se despertó, ella ya estaba abajo, dedicada a sus tareas de sirvienta.
No levantó los ojos hacia él en todo el día, pero le servía abundantemente en las comidas, con una especie de tosca solicitud. Zenón echó el cerrojo a su puerta al llegar la noche, y oyó los pesados pasos de la criada alejándose tras haber tratado de levantar la falleba. Al día siguiente, se comportó de la misma manera que el anterior; parecía haberlo instalado definitivamente entre los objetos que poblaban su existencia, como los muebles y utensilios de la casa del médico. Por un descuido, más de una semana después, se olvidó de echar el cerrojo a la puerta: ella entró con una sonrisa de idiota, levantándose las enaguas para mostrar sus opulentos atractivos. Lo grotesco de aquella tentación pudo con sus sentidos. Jamás había experimentado así el poder bruto de la carne, independientemente de la persona, del rostro, de las líneas del cuerpo y hasta de sus propias preferencias carnales. Aquella mujer que jadeaba sobre su almohada era un lémur, una lamia, una de esas hembras de pesadilla que pueden verse en los capiteles de las iglesias, apenas apta, al parecer, para emplear el lenguaje humano. No obstante, en pleno orgasmo, se escapaba de su abultada boca una retahíla de palabras obscenas en flamenco, como si fueran pompas de jabón; palabras que él no había vuelto a oír ni a emplear desde que iba al colegio. Él le tapaba entonces la boca con la mano.
A la mañana siguiente, venció la repulsión; sentía rencor hacía sí mismo por haber gozado con aquella criatura, lo mismo que uno se reprocha por haber consentido dormir en la cama sucia de una posada. No volvió a olvidar correr el cerrojo todas las noches. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com