La canoa perdida (fragmento)Ramón Rubín
La canoa perdida (fragmento)

"Hallábase asistida la pieza por muebles de factura adecuada a la condición de la dueña y su negocio: tocador con espejo de grandes lunas biseladas; cama blanda y vasta cubierta por sobrecolcha con bordados de artisela; y fastuosos cortinajes que reforzaban la discreción de las puertas, encerrando en una atmósfera cargada y tibia los abundantes olores buenos y malos, así como las densas nubes de humo de cigarrillos aromáticos, en mezcla con otras que acaso fueran de copal o de algún incienso del que solía ocuparse en los complicados menesteres de la brujería.
Mientras la mujer se reclinaba en estudiada y displicente actitud sobre los numerosos almohadones de seda del extenso lecho, exhibiendo, como al desgaire y hasta dos palmos más arriba de la rodilla, una pierna desnuda y provocativa, nuestro hombre se estableció tímidamente sobre el escabel del tocador, frente por frente a una imagen de Nuestra Señora de Talpa bajo la que parpadeaba una veladora. Y atacó, sin circunloquios, el delicado asunto que lo llevaba.
—Por ai platican, pues, que tú eres quién pa' ayudarme… Se trata de que me anda ganando con una muchacha que yo tenía apalabrada en Las Tortugas, un sujeto con centavos de pa’Poncitlán.
La proxeneta cambió rápidamente de ademanes. Un tanto desilusionada, sentóse en postura más propia a la función de consejera espiritual. Y, manifestándose absorta en el problema de su visitante, lo incitó a que se siguiera explayando.
Ramiro pudo desahogarse entonces con mayor confianza. Quería que ella le prestara la ayuda de sus proverbiales poderes de cariz sobrenatural, para enderezar aquel amorío con el que estaba encaprichado. Él se enteró de que su confidente poseía facultades muy útiles para esa clase de componendas, y estaba resuelto a pagarle bien por ellas. Se trataba de hacer que Hermelinda ahuyentara al maldito intruso y cayese rendida de súbita pasión a los pies de Ramiro, suplicando fervorosamente por su cariño hasta la hora en que éste decidiera, si lo decidía, perdonarla y otorgárselo…
Le dejaba hablar la Rorra mientras iba reflexionando sobre lo que convenía hacer para provocar su desconcierto, impresionándole de acuerdo con la sólida reputación de clarividente que ella disfrutaba… Y así que él no tuvo nada que exponer, intervino, investigando:
—¿Cuánto dinero cargas?
La pregunta sorprendió brusca y desfavorablemente al muchacho. Era demasiado intempestiva y mezquina… Un tanto molesto, y en muy escasa disposición de soltar prenda tan pronto, eludió, receloso, concretar una respuesta:
—Tú di lo que vas a cobrar por arreglármelo… y yo consigo lo que sea.
—Mira —expuso la mujer, tornándose afectuosa y revistiendo su mímica de cierta gravedad adecuada al caso—: para no andarte con cosas, te diré que te va a salir carito. Tú sabes que es más fácil para una hacer que te quiera una muchacha que no te puso nunca cuidado, que eso de andar componiendo lo que tú mismo estropeaste… Porque hay otra cosa más que ni sabes. No va mucho, en estos días, ella y el señor que te la anda ganando estuvieron juntos y solos; y la muchacha se apalabró con él, y él le hizo jurar que no volvería contigo…
—Ya le maliciaba —admitió Ramiro, maravillado por aquella desconcertante sabiduría—. Ella s’imagina que yo no los vide, y que m’están haciendo tarugo… Pero yo los alcancé a devisar este domingo que pasó, cuando iban juntos en la canoyita.
—Pues, como te digo —continuó la Rorra satisfecha—, se apalabraron de bien a bien y se nos está poniendo trabajosito… Porque has de saber otra más: el hombre ese que te está ganando con ella, tiene quien le ayude. Y no vamos a peliar con él, que sería lo de menos, sino con el que le está dando una manita, y que es gente que sabe de estas cosas. "



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