Cuentos al oído (fragmento)Dorio de Gádex
Cuentos al oído (fragmento)

"Apoyó los codos en el alféizar y esparció su mirada por el campiñal, en el que se encontraban todas las gradaciones del verde; fue su mirada á modo de abrazo de amigo leal: mirada efusiva, cariñosa, de miel; mirada de amante; mirada de padre; mirada emocionada de artista... Primero fijó su atención en el cielo, de un azul débil y sedoso; luego la paseó por la cinta blanca del camino que lleva al pueblo; por el cercado de las fincas vecinas
«La Niña» y «La Macarena», propiedades un día de su familia; reposó un momento en los lejanos pinares de las canteras y después fijóse en el terreno propio. Admiró un momento la lozanía de las hortalizas y de los frutales, en que era rica su huerta, y últimamente fué á quedar aprisionada en el brocal del pozo de ésta.
Había visto unas sayas rojas, unos pies descalzos, una mata de pelo desgreñada y negra y unos brazos morenos y redondos, que sostenían con gallardía un panzudo cantarillo de barro cocido, y también un burdo fieltro de alas caídas y mugrientas, unos zahones de cuero y la cara cuadrada, perfectamente prognática, de uno de sus criados, el Andrés, el mozo más cerrado de sentidos de aquellos andurriales — que él tenía á su servicio por causa de la pobre Antonia, madre de aquel mostrenco, á la cual profesaba gran aprecio: los pechos aldeanos de ella fueron los nutridores de su cuerpecillo canijo, deleznable producto de las entrañas enfermas de su madre, pobre flor de urbe y de histeria, muerta al darle á luz.
Tan sencillo cuadro le sorprendió y, en verdad, no tenía motivos para extrañarse, á causa de ser harto sabido que, desde los días primeros de la Humanidad, escena como la que veía se está representando diversamente durante las horas claras del día y las obscuras de la noche. "



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