Un yanqui en Canadá (fragmento) "De vez en cuando pasábamos por un edificio que parecía ser una capilla de un piso, con una torre terminada en un tejado de cinc, lo que quizá podría llamarse un santuario en el camino, con una puerta enrejada, a través de la que podíamos ver un altar e imágenes sobre las paredes; por lo tanto, se encontraban abiertas hiciese sol o lloviese, aunque no había manera de entrar en ellas. En esos lugares, los habitantes se arrodillaban y tal vez susurraban una breve oración. Vimos una escuela en nuestro camino, y escuchamos los sonidos que salían de ella; pero parecía ser un lugar donde se llevaba a cabo un proceso no de ilustración sino de ofuscación de la mente, y los estudiantes recibían solo la luz que podía traspasar la sombra de la iglesia católica. Las iglesias eran muy pintorescas, y su interior era mucho más ostentoso de lo que los hogares prometían. Eran de piedra, porque en 1699 se había ordenado que se construyesen de este material. Tenían agujas de cinc y adornos curiosos. La de Ange Gardien tenía un reloj, con números romanos medievales, y algunas imágenes en nichos en el exterior. Probablemente su homóloga llevase existiendo mil años en Normandía. En la iglesia de Chateu Richer, que es la parroquia más próxima a Ange Gardien, leímos, mirando por encima del muro, las inscripciones del cementerio adyacente a la iglesia, que comenzaban por «Ici git» o «Repose», y una sobre un chico contenía «Priez pour lui». Todo tal y como en el Père La Chaise. Llamamos a la puerta de la casa del curé de allí y apareció un personaje pulcro con pinta de monje, con su hábito sacerdotal. A nuestro «Parlez-vous Anglais?» incluso él contestó, «Non, Monsieur», pero al final le hicimos comprender lo que queríamos, que era encontrar las ruinas del viejo castillo. «Ah! Oui! Oui!», exclamó y poniéndose su abrigo, se apresuró hacia delante y nos dirigió a un pequeño montón de escombros que él ya había examinado. Dijo que quince años antes era plus considerable. Viendo en ese momento tres pajaritos rojos salir volando de una grieta en las ruinas hacia una tuja que crecía entre ellas, pregunté por sus nombres en el mejor francés que pude articular, pero ni me entendía a mí, ni la ornitología; solo nos preguntó dónde habíamos appris à parler Français; le dijimos «Dans les États-Unis», y, haciéndole una reverencia, dejamos que volviese a entrar en su casa. Me sorprendió encontrar a un hombre que vestía el hábito y que aparentemente no tenía trabajo alguno que atender, incluso en esa parte del mundo. El saludo general de los habitantes que nos encontramos era «bon jour», llevándose al mismo tiempo la mano al sombrero; con bon jour y tocarte el sombrero podías cruzar tranquilamente todo Canadá este. Un niño que se encontró con nosotros comentó: «Bon jour, Monsieur; le chemin est mauvais» («Buenos días, señor; el camino es malo»). Sir Francis Head dice que el emigrante es rápido «en apreciar la felicidad de vivir en una tierra en la que la costumbre servil del Viejo Mundo de tocarse el sombrero no existe», pero él estaba pensando en Canadá oeste, claro. Sería, sin duda, una aburrida pesadez tener que tocarse el sombrero varias veces al día. Un yanqui no tiene suficiente tiempo libre para eso. Vimos guisantes e incluso habas recogidos en montones en los campos. Los primeros son una cosecha importante, y supongo que no están tan infestados por el gorgojo como los nuestros. Había muchas manzanas, con muy buen aspecto, junto a la carretera, pero eran tan pequeñas que casi sugerían un parentesco con las que crecen en los manzanos silvestres. También había una fruta roja pequeña que llamaban snells, y otra también roja y muy ácida, cuyo nombre escribió para mí un niño, «pinbéna». Es probablemente la misma fruta, o una muy similar, a la pembina de los viajeros, una clase de viburnum, que, según Richardson, ha dado nombre a muchos de los ríos de la Tierra de Rupert. Los árboles del bosque eran falsos abetos, tujas, abetos, abedules, hayas, dos o tres tipos de arce, tilo americano, cerezo silvestre, álamos, etcétera, pero ningún pino de tea (Pinus rigida). Vi muy pocos árboles, si es que vi alguno, que estuviesen dispuestos para dar sombra o como adorno. El agua normalmente corría en riachuelos o fuentes junto a la carretera, y era excelente. Las parroquias estaban generalmente separadas por un arroyo, y en muchas ocasiones ocurría lo mismo con las granjas. Me di cuenta de que los campos estaban arados o divididos en surcos de dos metros o dos metros y medio de anchura para secar la tierra. " epdlp.com |