El relato de un corsario yanqui (fragmento)Nathaniel Hawthorne
El relato de un corsario yanqui (fragmento)

"Una vez le vi muy apurado cuando se le pidió que tradujera una línea de español, pero luego se disculpó diciendo que estaba escrito en dialecto y que su español era castellano puro. Sus talentos le reportaron muy buenos resultados en Bridgetown. Raro era el día que no era invitado a cenar en alguna casa, aunque había algunos maliciosos que insinuaban que se colaba de rondón. Sus amigos llevaban su bondad hasta el extremo de regalarle toda clase de prendas y trajes, pero poco antes de marcharnos comenzó a murmurarse sobre un pagaré protestado. En cuanto a eso yo no sé nada, lo que sí sé es que era uña y carne con el Sr. P., hacía muy buenas migas con el Sr. W., era muy íntimo del Sr. R. y por este estilo era el favorito de todo el alfabeto. Yo, ingenuamente, pensaba que esto se debía a las cualidades innatas del patrón, pero algunos decían que era francmasón y me consta que solía usar una jerga, para mí ininteligible, sobre logias, capítulos, maestres, etc.
Una vez llegué a entrever en un rincón de su baúl cierta extraña pieza de tela de forma triangular con varias figuras jeroglíficas estampadas en rojo. Ahora sé más sobre el asunto que entonces; las revelaciones de William Morgan han iluminado a más de uno sobre nociones e ideas que antes les eran tan desconocidos como los secretos de la cábala o los misterios de Eleusis.
Tuvo suerte nuestro Capitán de que el esforzado partido de los antimasones no hubiera sido todavía ideado por la mente del viejo Morgan. Fueron éstos hombres justos y valientes que lucharon bravamente —aunque algunos insinúan que el castillo que atacaron no era más que el cajón de un titiritero—, y no cejaron en su demanda del cuerpo del mártir asesinado hasta que se toparon aterrorizados con lo que parecían dientes de dragón prontos a brotar una cosecha de hombres armados, mientras otros afirman que no se trataba más que de unos pocos fragmentos de huesos que ciertos mocetes se habían divertido haciendo rechinar. Ya fuera por sus excentricidades, ya por su francmasonería, el caso es que nuestro camarada prosperó. Si fue por lo primero, debía estar agradecido a la naturaleza por sus dones y a la instrucción y a la confianza por rematar la obra; si fue por lo segundo, de lo que debía dar gracias es de que todavía no se hubiera inventado la antimasonería.
También debía estar yo agradecido a la naturaleza por haberme concedido el don de saber escuchar, pues las batallitas del Capitán eran a menudo muy emocionantes y despejaban la sala más aprisa que la lectura del Acta de Sedición ante una reunión ilegal. Pero yo permanecía allí, hundido en mis reflexiones, con el cigarro en la boca, aparentando escuchar muy atento; así que me gané la amistad del Capitán y tuve participación en algunas de las ventajas que le proporcionaban sus amigos, su ingenio o los dioses. "



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