La vida breve (fragmento)Juan Carlos Onetti
La vida breve (fragmento)

"El deseo era, ciertamente, hijo del cuerpo, pero éste ya no bastaba para aplacarlo. Nada podía modificar ella dejándose usar o usándolo como un varón sin rostro; con nada era posible sustituir las imposibles iniciativas y conquista, la sensación de dominio.
Despierto y dormido, llegó al momento en que las cosas empezaron a surgir de la noche. Un hombre con ropas blancas cruzó el paisaje, alzó una manga de riego y se inmovilizó, perdido en la blancura de una pared encalada. «La parte de mi obsesión que puedo distinguir llamándola amor no es en realidad mía, no logro reconocerme en ella, sólo me es posible representarla con palabras ajenas, comunes: toda mi vida esperé este momento, sin saberlo; sus ojos estaban velados, pero triunfantes; en la base de la locura una dulce paz comienza a extenderse. La parte de mi obsesión llamada odio es igualmente extraña; es como si buscara vengarme y aniquilarla enviándole por correo recortes de diarios con crónicas policiales, fotografías de mujeres asesinadas; hacerle saber, impedir que olvide que el acto que yo no cometeré nunca está sucediendo, continuará cumpliéndose largamente en el mundo». La sombra engolfada aún en la caleta compendiaba la totalidad de la playa y el río, la costa que Díaz Grey había mirado el día anterior; a la derecha, entre los troncos oblicuos de los limoneros, una vaca inmóvil era todo el campo.
Ella vino con el pelo humedecido, encajó su sonrisa en la última de la noche anterior y encendió el primer cigarrillo apoyada en un árbol. Díaz Grey llamó al mozo para pedir el desayuno, cambió saludos con gente que entraba y salía, bebió el doble café hirviente. El aire se hizo sofocante y perfumado. Con el cuerpo encogido, exagerando el cansancio, Díaz Grey miró el borde de los pantalones de la mujer, las pequeñas medias enrolladas, los zapatos de gruesas suelas donde la humedad, la arena y briznas de hierba construían un confuso emblema bucólico, un poco grotesco, como exhibido con deliberación. El médico se desperezó, sintió que se sofocaba, aspiró aire. «Ya no tengo nariz para oler la primavera —pensó bostezando—; sólo alcanzo el recuerdo, la inútil sensación de las viejas primaveras en las que acaso estuve olfateando otras ya pasadas, prometiéndome alcanzar la intimidad con un octubre futuro». "



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