Perelandra (fragmento)C. S. Lewis
Perelandra (fragmento)

"Miró a Ransom en silencio y por último empezó a sonreír. Todos nos hemos referido con frecuencia —Ransom mismo lo había dicho— a una sonrisa diabólica. Ahora advertía que nunca había tomado las palabras en serio. La sonrisa no era amarga, ni furiosa, ni en un sentido común, siniestra; ni siquiera era burlona. Parecía llamar a Ransom, con un horrible candor de bienvenida, al mundo de sus propios placeres, como si todos los hombres estuvieran de acuerdo en esos placeres, como si fueran lo más natural del mundo y nunca hubiesen sido puestos en duda. No era furtiva, ni avergonzada, no había nada de conspiradora en ella. No desafiaba a la bondad, la ignoraba a tal punto que la aniquilaba. Ransom advirtió que antes sólo había visto pretensiones incómodas y a medias de la maldad. Esta criatura la representaba con energía. La agudeza de su maldad había sobrepasado toda lucha, llegando a cierto estado que mostraba una horrible similitud con la inocencia. Estaba más allá del vicio así como la Dama estaba más allá de la virtud.
La inmovilidad y la sonrisa duraron tal vez minutos enteros: no menos, con seguridad. Entonces Ransom dio un paso hacia aquel ser, sin una noción clara de lo que haría cuando llegara a él. Tropezó y cayó. Sintió una curiosa dificultad en volver a ponerse en pie y cuando lo hizo perdió el equilibrio y cayó por segunda vez. Después hubo un momento de oscuridad ocupado por un rugir de trenes expreso. Después volvieron el cielo dorado y las olas multicolores y supo que estaba solo y recuperándose de un desmayo. Mientras yacía allí, aún sin poder y tal vez sin querer levantarse, recordó que en ciertos filósofos y poetas antiguos había leído que la simple visión de los demonios era uno de los tormentos mayores del Infierno. Hasta entonces le había parecido una simple expresión caprichosa y arcaica. Y sin embargo (ahora lo entendía) hasta los niños saben que no es así: a ningún niño le habría resultado difícil entender que podría haber un rostro cuya mera contemplación sería la calamidad definitiva. Los niños, los poetas y los filósofos tenían razón. Así como hay un Rostro por encima de todos los mundos al que basta ver para sentir un goce irrevocable, del mismo modo en el fondo de todos los mundos espera ese rostro cuya sola visión es la desgracia de la que nadie que lo contemple puede recobrarse. Aunque parecía haber y en verdad había, mil caminos por los que un hombre podía recorrer el mundo, no había ni uno solo que no llevara tarde o temprano a la visión beatífica o a la visión desgraciada. Ransom mismo, por supuesto, había visto sólo una máscara o débil bosquejo; aún así, no estaba muy seguro de que viviría. "



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