Los reconocimientos (fragmento)William Gaddis
Los reconocimientos (fragmento)

"Las cerillas especialmente preparadas se encendían con facilidad, pero los cigarrillos se deshacían entre los dedos. Las semanas pasaban con mortal lentitud, un desfile de calor, insectos, agua, trabajo de oficina, estupidez agresiva y miedo, y la escritura laboriosa de su obra. Las malas hierbas crecían de un modo exuberante. Lo único que le confirmaba a Otto que el tiempo pasaba era la frecuencia con que tenía que cortarse las uñas. Sus zapatos, olvidados bajo la cama, se volvieron verdes.
Flores rojas se marchitaban al extremo de largos tallos, y después caían mostrando el fruto en impotencia infantil. Semana tras semana crecía el fruto, apuntaba hacia fuera, luego hacía arriba, y era cortado en el pleno vigor eréctil de la juventud.
Luego se acabó, temprano aquel año; y en el instante en que terminó la estación húmeda fue olvidada. Cerca del horizonte apareció la calina, y el sol, en parte dentro y en parte fuera, se elevó deformado como en el recuerdo ebrio de un amanecer. Sobre los edificios de la plantación flotaban negras cenizas de un incendio, a cierta distancia aún. En el cuarto de al lado se oía una radio en la que alguien tocaba con armónica la Rapsodia rumana n.º 3 de Enesco. Otto contó su dinero.
Habían acabado los meses de espera, los meses sin entidad. San Pablo nos exhorta a que redimamos el tiempo; pero si tanto el presente como el pasado están presentes en el tiempo futuro, y ese futuro está comprendido en el tiempo pasado, no hay más que una redención posible. Es la que ahora palpaba Otto con su muñeca para asegurarse de que no había desaparecido mientras se vestía, sin prisa, como un colono cansado en el escenario de un teatro del West End, pues había vuelto a meterse la cartera en el bolsillo interior de la chaqueta. El hombre con la muñeca Kewpie tatuada en la parte interior del antebrazo (que había firmado por dos años) dijo: «Dos años no es mucho, si te empeñas en que pasen deprisa». Para aquellos nómadas que vendían el tiempo de sus vidas, el tiempo era o bien dinero que ganaban o bien dinero que gastaban, y la vida un círculo de vivir y no vivir, como la vida del marinero pierde el principio, la mitad y el final del viaje de puerto a destino y se convierte en una repetición de estancias en el mar y en tierra, de sueño y violencia. Las horas de trabajo eran horas de existencia vacía, pero los minutos eran centavos, y en cada dólar estaba cautiva la hora perdida para ganarlo: aquí se retenía al tiempo esclavo, para gastarlo luego según los propios deseos. Al igual que los avaros conservan los años escondidos en colchones y viejas latas, envueltos en periódicos, cosidos en forros (y en la costa cantan «¿Qué vamos a hacer con un marinero borracho?»), él salía de allí con varios meses en el bolsillo, y con plenos poderes para decidir cómo gastarlos. "



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