La última tentación de Cristo (fragmento)Nikos Kazantzakis
La última tentación de Cristo (fragmento)

"Pero los tres compañeros ya habían partido y Simón el cirenaico, aturdido frente a su tienda, empuñando aún la copa vacía, con el cántaro bajo el brazo, los miraba y meneaba su cabezota: «Debe ser otro Bautista —murmuró—, otro loco furioso. A fe mía, en los últimos tiempos crecen como hongos. Beberé un sorbo a su salud. ¡Que Dios le devuelva el juicio!», dijo y llenó la copa.
Entretanto, Jesús y sus compañeros habían llegado al gran patio del Templo. Se detuvieron y se lavaron los pies, las manos y la boca para entrar en el Templo y prosternarse. Lanzaron una rápida mirada a su alrededor y vieron una sucesión de galerías descubiertas, llenas de hombres y animales, pórticos sombreados, columnas de mármol blanco y azul ceñidas de sarmientos y de racimos de oro. Por doquier había puestos, tiendas, carretas de cambistas, barberos, taberneros, carniceros. En el aire resonaban gritos, juramentos, risas; la casa del Señor olía a sudor y suciedad.
Jesús se tapó con la mano las narices y la boca. Miró a su alrededor: Dios no estaba en parte alguna. «Aborrezco, desprecio vuestras fiestas; la pestilencia de los terneros que me degolláis me da náuseas; no puedo oír vuestros salmos ni vuestros oboes...» Ya no era el profeta, ya no era Dios el que hablaba sino sólo el corazón de Jesús, que sentía náuseas y gritaba. Durante algunos segundos sufrió como un desfallecimiento; todo desapareció de pronto, el cielo se abrió y un ángel de cabellera de fuego se precipitó al aire. De su cabeza salían llamas y humo; se subió a una piedra negra en medio del patio y blandió la espada hacia el Templo orgulloso y recubierto de oro...
[...]
«No soporta la suciedad, la sangre ni los gritos. No es el Mesías...», pensaba Judas, que iba solo delante y golpeaba el suelo con el bastón. Un fariseo en éxtasis se debatía; con el rostro en el último peldaño del Templo, besaba el mármol con rabia y rugía. De su cuello y de sus brazos pendían gruesos rosarios de amuletos, sobrecargados de palabras amenazantes de las Escrituras. Sus rodillas eran callosas como las del camello debido a las continuas prosternaciones; su rostro, su cuello y su pecho estaban cubiertos de llagas abiertas que sangraban. Cada vez que la tormenta de Dios lo arrojaba en tierra, cogía piedras afiladas y se laceraba. "



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