Los albañiles (fragmento)Vicente Leñero
Los albañiles (fragmento)

"Han armado, desarmado y vuelto a armar —¡qué de problemas!— las columnas. Las ocho varillas erectas se ven desde la calle, rebasando la cimbra que moja Isidro para que la madera se hinche y los tablones aprieten entre sí. El ruido de la revolvedora apenas dejar oír los gritos de los albañiles. Jacinto baja la palanca para detener la máquina y los botes se van llenando; van ya en los hombros de una hilera de peones caminando de la revolvedora a la primera columna. El primer peón de la hilera se detiene al llegar a lo más alto del andamio; inclina un poco el hombro derecho; con las dos manos sujeta el bote por el trozo de madera clavado a la lámina, por dentro, a manera de asa; con un ligero balanceo lo impulsa para poder entregárselo al peón que está en la orilla del andamio, y son éste y Patotas quienes lo vacían en el cajón formado por la cimbra. Unos segundos más tarde el bote vacío regresa a las manos de su dueño, mientras el segundo peón de la hilera se dispone a realizar la misma operación. Unos bajan, otros suben por el par de vigas inclinadas: en silencio. La cadena no se interrumpe; únicamente cambia de dirección cuando se ha terminado de colar el primer tramo de la primera columna. Ahora cuelan la segunda, la tercera, la cuarta. La quinta.
Los albañiles se congregan formando grupos. Jacinto, en cuclillas, sopla a la lumbre y dirige la mirada al fondo de la obra donde Sergio García termina de armar la tubería de alimentación. A su derecha, su ayudante unta pintura en la cuerda de un tubo. Sergio García se siente observado pero permanece de perfil, sujetando con una mano el mango de la llave inglesa y con la otra ayudando a que los dientes de la herramienta se afirmen en el copie de fierro. Pone una rodilla en tierra y con todo el cuerpo da el apretón definitivo; otro apretón, pujando, para cerciorarse de que el copie ya no puede girar. La risotada de Jacinto llega hasta los dos plomeros. El ayudante se acerca a Sergio García. Algo le dice. Sergio García levanta los hombros y gira sobre sus talones hasta quedar de espaldas a los albañiles. No se vuelve a oír la risa de Jacinto, pero un largo silbido de admiración acompaña a Celerina cuando la muchacha cruza frente al grupo, en dirección a donde está su hermano. Cuando unos minutos más tarde vuelve a pasar cerca de los albañiles, es Patotas quien le sale al paso. Sonriendo se arrima a la muchacha, tanto que Celerina tiene que dar un brinco, pisar un charco y salir corriendo a la calle seguida por una risotada unánime. De cara a los albañiles, Sergio García se frota las manos contra el pantalón. Las risas se disuelven y Sergio García vuelve a poner una rodilla en tierra.
Federico regresó a relevar al ingeniero Rosas después de tres meses de ausencia: un miércoles en que colaban la losa del tercer piso.
Álvarez se limpia el sudor con su gran pañuelo rojo, dándose ligeros golpes en las sienes. Lleva el sombrero echado hacia atrás de tal modo que se alcanza a ver la huella dejada en su frente por la costura, un centímetro más abajo del nacimiento de su cabello lacio, peinado hacia atrás. Baja el brazo derecho y cruzándolo por delante comienza a guardar el pañuelo en la bolsa izquierda del pantalón: no introduce toda la mano, solamente lo empuja con las falanges mientras Federico avanza, y no termina de guardarlo porque Federico tiene ya la mano extendida. Álvarez avanza un paso y tiende la suya para estrechársela. El cabo del pañuelo rojo cuelga de la bolsa del pantalón. "



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