La ausencia (fragmento) "La música ha ido filtrándose tan ampliamente en nuestras vidas que pronto será un gran mar en el que la existencia navegue. Probablemente siempre fue así, puesto que no se concibe la biología sin la melodía, pero en la actualidad la música producida, la que explícitamente se adquiere o se descarga, acaba revelándose como el flujo general de nuestra era. Las firmas eligieron antes un color: el azul de IBM, el rojo del BSCH, el verde de Caja Madrid, el blanco de Apple. Pero un paso más y a la evocación del cromatismo le sigue el ritmo. No ha sido suficiente que los ascensores o los lavabos públicos, los aeropuertos o las consultas fuesen colonizados por el influjo musical. De hecho, las marcas forman hoy su identidad aliándose con determinados CD, cuyos surtidos seleccionan, u organizan a través de temas que ordenan componer, para representarlas singularmente. El ojo capta, pero el oído se siente captar. El ojo admira la belleza, pero el oído se enreda con ella. Incluso, siendo exactos, el alma no es sino un compás. La música reúne notas y melodías que son detalles o frases de un mundo que suena en cuanto ausente y, cuando la música consigue hilvanar una entonación, la ausencia se estremece. Todos los instrumentos musicales son así artilugios construidos para captar la ausencia. Cualquiera de ellos denota, en su porte de herramientas embrujadas, la misión esotérica en la que se afanan. Se presentan como piezas que emiten, pero en realidad sólo interpretan. Interpretan los escritos de una partitura inspirada por los mismos resortes de una ausencia que, estimulados, comunican susurros y celadas. La ausencia se corresponde con un inmenso animal sobre cuya mansedumbre se dibujan las líneas de un mapa. La música y la ausencia se relacionan así como las partes de una inteligencia gemela. La música alude a la ausencia, convoca a la ausencia, produce ausencias. En el acontecer de la música bajo una u otra naturaleza, la ausencia se embalsa en su dominio y la música nos posee a través del goteo sentimental que la ausencia deposita en nuestro oído. Dejarse llevar por la música es ausentarse con ella, deshacerse en su presencia. La pintura está aparentemente basada en la presencia, pero la música sería su antagonista, puesto que no habría música sin el sonido del silencio. Puede pintarse lo que está o hacer que venga a estar lo que se ha ido. La música, sin embargo, jamás triunfa en la designación de lo inmediato y nunca logra, al acarrear el pasado, desprenderlo de nostalgia. En puridad, podría decirse que la música está inventada para y por la ausencia, mientras la pintura por y para la presencia. El color, la forma, la composición disparan la contemplación hacia una creación física, mientras la música siempre aparece acabada en la misma cima de su decir abstracto. La pintura se pinta ahora, está pintándose, la estás viendo. La música alude frecuentemente a un pasado, repite la emoción de una experiencia acabada o medio acabada. La música es mágica en cuanto supuestamente incorregible. La oímos precisamente con la felicidad o el dolor de haberla escuchado antes. La pintura pugna ojo a ojo y tarda más en formar parte de lo que somos y también, sobre todo, de aquel mundo de donde fuimos. Hay música para bailar, música para amar, música para recordar, según se proclama en las emisoras de radio. Falta además enumerar la especie destinada a no estar. No estar ante los demás. Y no ya aislándose a la manera de encerrarse en una habitación, sino música para recibir, como una inoculación auricular, la anulación de lo real y obtener el efecto de no sentir siquiera al yo, disuelto en la melodía. No sentir al latoso yo del famoso jugador de fútbol, por ejemplo, y anularse en la completa turbación del oído, tal como parece que les ocurre a los futbolistas cuando bajan del autocar. " epdlp.com |