La Madonna de los coches cama (fragmento)Maurice Dekobra
La Madonna de los coches cama (fragmento)

"¿Por qué me preguntas precisamente eso?
Porque estoy pensando acerca de Varichkine y de las palabras que empleó.
No concibo que te vaya a resultar repulsivo. Este delegado soviético no es ni un bruto ni un ser angelical. Diría que se parece a la gran mayoría de seres humanos, cuyas ánimas semejan pieles de leopardo, adheridas a ellas las máculas consistentes en inconfesables vicios y excusables debilidades. Si hubiera contraído la tendencia a un marcado sadismo, a causa de su contacto con los chekistas, sin embargo podrás cerciorarte de que hace acopio de ciertos hábitos de civismo consuetudinarios en occidente.
¿Le vez capaz de resultar agradable a una mujer como yo?
Por supuesto. ¿Acaso no conoces las Termas de Caracalla en el Museo Vaticano, con sus rostros barbilampiños y su denotada expresión de autocomplacencia? Acentúa un tanto los rasgos asiáticos del hijo de Septimus Severus y tendrás al Sr. Varichkine, procónsul del Imperio Soviético en Alemania, casi un perfecto caballero, acostumbrado a liderar la aristocracia fuera de los confines de Rusia, pero siendo enormemente respetuoso en cualquier lugar en el que esté con los preceptos de la tierra de Miguel Strogoff; un hombre acerado, de hierro, en el desempeño de su trabajo y un filántropo en el juego; finalmente cabe decir que el Sr. Varichkine fue lo suficientemente generoso como para pensar en invitar a los Comisionados del Pueblo al embalsamamiento de un burgués ruso y preservar esta rara avis en el museo etnográfico de Moscú, antes de que el delineamiento facial desapareciera para siempre.
¿Y todo lo que este hombre pide de mí es una única noche de amor?
Así es.
Lady Diana bebió el ocre líquido de su Liebfraumilch, y aseveró entre risas: Eso es pedir mucho o demasiado poco. Evidentemente, tu eslavo carece del savoir faire en este tipo de asuntos.
Después de la cena, decidí llevarla al Teatro del Oeste, donde las arias de una opereta vienesa nos recordaron los sentimentales domingos de las muchachas con sus trenzados dorados cabellos. Al salir del teatro, Lady Diana comenzó a tararear, embutida en su manto de brocado, los últimos compases de Franz Lehar, y dijo, a medida que avanzábamos hacia el coche:
Querido, llévame a ver algo un poco más picante esta noche. Después de paladear toda esta dulzura necesito el sabor a pimiento de una clandestina saturnalia.
De acuerdo, entonces te llevaré al Palais de Danse o al Club de Fox Trot. No, tengo una idea mejor. "



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