La muñeca (fragmento) "Durante cuatro días tuve la sensación de estar sentado sobre un templo metafórico. En cada parada, cada vez que un pasajero se bajaba, otro ocupaba su lugar. Cerca ya de Lublin se dio la circunstancia de que un pesado fardo cayó sobre mí: fue un milagro que permaneciera indemne. En las proximidades de Kurów nos detuvimos durante varias horas al borde del camino, debido a que se había extraviado el arcón de alguien y el conductor se vio en la tesitura de tener que volver a la taberna en su busca, a lomos de un corcel. Durante toda aquella jornada sentí como si el edredón que cubría mis rodillas estuviera más densamente poblado que la propia tierra flamenca. Al quinto día divisamos ya la bohemia Praga justo al anochecer, pero el número de carruajes era excesivo y el puente giratorio estaba totalmente atestado y no fue hasta casi las diez cuando nos encaminamos a Varsovia. He de añadir que todos mis compañeros de viaje se desvanecieron como el éter en la calle Bednarska, dejando el rastro de un poderoso olor tras de sí. Pero cuando se los mencioné al conductor, éste abrió de forma amplia las órbitas de sus ojos. ¿A qué pasajeros se refiere, señor?, exclamó sorprendido. Usted era el único pasajero, el resto eran sólo judíos. Cuando paramos en una esquina, incluso el vigilante pudo reconocer a dos de ellos, dándoles un zloty a cada uno. ¿Y usted pensaba que ellos eran también viajeros? ¿Entonces no había nadie más?, repliqué por mi parte. ¿De dónde proceden, sin embargo, todas las pulgas que se deslizaban sobre mi persona? Me atrevería a decir que por causa de la humedad excesiva, subrayó el conductor. Habiéndome persuadido de esta manera de que yo había sido el único transeúnte a bordo, pagué gustosamente la jornada entera, suscitando tal reacción en el conductor que, cuando hubo descubierto mi dirección, me prometió solemnemente llevarme tabaco de contrabando cada dos semanas. De hecho ahora mismo, murmuró, tengo 100 Kg. en el carruaje. ¿Le complacería que le trajera unas pocas libras, señor? Váyase al diablo, farfullé yo mientras me apoderaba de mi maleta. Sería el colmo ser apresado por causa del contrabando... Apresurando mis pasos a lo largo de la calle, eché un vistazo a la ciudad, la cual me pareció excesivamente sucia y masificada, especialmente después de mi estancia en París y la gente parecía estar sumida en la desdicha. Hallé por fin la tienda de J. Mincel en Krakowskie Przedmiescie muy fácilmente; pero a la vista de aquellos lugares tan familiares para mí pude percibir síntomas de que mi pobre y hastiado corazón necesitaba tomarse un descanso. Miré en el interior de la tienda -casi como si aquella escena hubiera tenido lugar en Podwale: el sable de estaño y el tambor, quizás los únicos que había visto de niño- la ventana conteniendo una serie de láminas, el caballo y el típico cosaco saltando... Alguien en ese momento abrió la puerta y pude contemplar los bidones de pintura, redes llenas de corchos e incluso el cocodrilo disecado. " epdlp.com |