Julia o la nueva Eloísa (fragmento)Jean-Jacques Rousseau
Julia o la nueva Eloísa (fragmento)

"La ausencia de V. puso término a mis errores como a mis contentos, y reconocí, aunque muy tarde, las quimeras que me habían engañado. Me vi tan despreciable como era, y tan desventurada como debía serlo siempre con un amor sin inocencia, y deseos sin esperanza que no era posible apagar. Atormentada con mil vanos pesares renuncié a reflexiones tan dolorosas como inútiles; ya no merecía yo la pena de pensar en mí propia, y consagré mi vida a ocuparme en V. No tenía más honor que el de V., ni más esperanza que la de su felicidad, y los afectos que de V. me venían eran los únicos que creía que podían moverme.
No me escondía el amor los defectos de V., pero me los hacía amar, y era tal mi ilusión, que le hubiera querido menos si hubiese sido más perfecto. Conocía el corazón de V. y sus rebatos, y sabía que más animoso que yo tenía V. menos paciencia, y que los males que abrumaban mi alma hubieran desesperado la de V.; por esta razón le oculté siempre con el mayor cuidado los empeños de mi padre, y cuando nos separamos, queriendo aprovechar el celo de Milord Eduardo para sus adelantamientos, e inspirársele también a V. le di halagüeñas esperanzas que yo no tenía. Más hice: conociendo el riesgo que nos amenazaba tomé la única precaución que nos podía preservar de él, y empeñándole a V. con mi palabra mi libertad, en cuanto me era dable, procuré infundir en V. confianza, y en mi entereza con una promesa que no me atreviese yo a quebrantar y que pudiera sosegarle. Convengo en que era una obligación pueril, y con todo jamás la hubiera violado. Tan necesaria es la virtud para nuestros corazones, que cuando una vez hemos abandonado la verdadera nos fraguamos luego otra a nuestra guisa, y nos asimos de ella con más fuerza, acaso porque es de creación nuestra.
No diré a V. cuántas agitaciones después de su ausencia padecí, y era la peor de todas el temor de que olvidase. Me hacía temblar la mansión en que V. residía; su método de vida aumentaba mis sustos, y ya creía que le veía envilecerse a punto de ser un cortejante de profesión. Más cruel era para mí esta ignominia que todos mis males, más hubiera querido ver a V. desdichado que despreciable, y después de tantas penas a que estaba acostumbrada, era su deshonor la única que no podía aguantar.
Desvaneciéronse los temores que empezaba a confirmar el estilo de las cartas de V., por un medio que para otra hubiera sido el cúmulo de sus sobresaltos. Hablo del desorden a que se dejó V. arrastrar, y cuya pronta y espontánea confesión fue de todas las pruebas de su ingenuidad la que más me llegó al corazón. Le tenía a V. sobrado conocido para ignorar cuánto debió costarle semejante confesión, aun cuando hubiera dejado de quererme, y vi que el solo amor, vencedor de la vergüenza, había podido arrancársela. Juzgué que un pecho tan sincero era incapaz de ocultar una infidelidad; vi que era más leve la culpa que el mérito de confesarla, y arrancándome de las promesas de V. me curé para siempre de mis celos.
No por eso fui más feliz, amigo mío, por un tormento menos sin cesar renacían otros mil, y nunca mejor conocí cuánta locura es andar buscando en los extravíos de su corazón un sosiego que solo en la sabiduría se encuentra. Largo tiempo hacía que lloraba en secreto a la mejor de las madres, que insensiblemente iba consumiendo una debilidad mortal. Babí, de quien me había precisado a fiarme el fatal efecto de mi caída, me vendió y descubrió nuestros amores y mi culpa. Apenas hube sacado las cartas de V. de casa de mi prima cuando fueron cogidas. Era convincente el testimonio, y la tristeza acabó de quitar a mi madre las pocas fuerzas que le había dejado la enfermedad. Poco me faltó para que me cayera yo muerta de dolor a sus pies. Lejos de exponerme a la muerte que había yo merecido, encubrió mi vergüenza y se contentó con gemir de ella; a V. mismo que tan cruelmente la había engañado no pudo aborrecerle. Yo fui testigo del efecto que produjo su carta en aquel tierno y compasivo corazón. ¡Ay! Deseaba su felicidad de V. y la mía. Más de una vez intentó… ¿De qué sirve recordar una esperanza para siempre muerta? El Cielo lo había dispuesto de otro modo. Acabó su triste vida con el sentimiento de no haber podido ablandar a un esposo severo, y dejar una hija indigna de ella.
Abrumada con tan cruel pérdida no quedó a mi alma más fuerza que para sentirla; y los gemidos de la naturaleza sofocaron las quejas del amor. Cogí una especie de horror a la causa de tantos males; quise al fin ahogar la odiosa pasión de que se habían originado, y renunciar a V. para siempre. Sin duda era preciso: ¿no tenía bastante por que llorar lo que me quedaba de vida, sin buscar incesantemente nuevos motivos de llanto? Todo al parecer era propicio a mi resolución. Si la tristeza enternece las almas, una aflicción profunda las endurece. La memoria de mi moribunda madre borraba la de V.; estábamos ausentes, y me había abandonado la esperanza. Nunca fue tan sublime ni tan digna de ocupar sola todo mi corazón mi incomparable amiga, me parecía que le habían purificado su virtud, su razón, su amistad y sus tiernos cariños; creí que estaba V. olvidado y yo sana. Era muy tarde; lo que había atribuido a la frialdad de un extinguido amor solo era el abatimiento de la desesperación.
Como un enfermo que ha privado un desmayo del sentimiento de sus males le recobra cuando crecen los dolores, en breve sentí yo renacer todos los míos cuando me anunció mi padre el inmediato regreso del señor de Wolmar. Entonces fue cuando me dio el invencible amor fuerzas que ya creía perdidas. Por la vez primera de mi vida me atreví a resistir en su presencia a mi padre; le protesté claramente que nunca sería nada para mí el señor de Wolmar, que yo estaba determinada a morir soltera, que era dueño de mi vida pero no de mi corazón, y que no me haría variar de idea. No hablaré a V. ni de su enojo ni de los malos tratamientos que tuve que padecer. Fue incontrastable; mi temor vencido me había llevado al otro extremo, y si eran mis expresiones menos imperiosas que las de mi padre, eran tan resueltas. "



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