Sanditon (fragmento)Jane Austen
Sanditon (fragmento)

"Hasta hacía un año, el señor Parker había considerado que sir Edward carecía de rival, y que era quien tenía las mayores posibilidades de suceder a gran parte de lo que lady Denham tendría que legar. Pero ahora había que tener en cuenta los derechos de otra persona: una joven parienta que lady Denham se había dejado persuadir de acoger en su casa. Después de haber puesto siempre reparos a ningún aditamento, y de disfrutar larga y frecuentemente con las repetidas derrotas que había infligido a todos los intentos de sus parientes por presentársela, o porque la admitiera como compañía en Sanditon House, había traído consigo de Londres, la pasada fiesta de San Miguel, a esta señorita Brereton que, por sus méritos, tenía todos los visos de competir por su favor con sir Edward, y de ganar para sí y para su familia esa parte de propiedad que tenía desde luego el mayor derecho a heredar.
El señor Parker habló con calor de Clara Brereton, y el interés de la historia que iba contando aumentó con la introducción de este personaje. Charlotte no escuchaba ahora sólo por distracción: era avidez y placer lo que sentía, oyendo decir que era encantadora, amable, bondadosa, modesta, y cómo se conducía con gran juicio y se ganaba con sus méritos innatos el afecto de su protectora. La belleza, la dulzura, la pobreza y la dependencia no necesitan de la imaginación de un hombre para despertar interés. Con las debidas excepciones, una mujer siente simpatía por otra mujer de manera espontánea y natural. El señor Parker contó las circunstancias que habían hecho posible que Clara fuera admitida en Sanditon como un ejemplo nada desdeñable de ese carácter complejo, de esa mezcla de mezquindad, benevolencia, buen sentido e incluso liberalidad, que veía en lady Denham.
Tras abstenerse de pisar Londres durante años, sobre todo a causa de esos mismos primos que no paraban de escribirle invitándola y atormentándola, y a los que estaba dispuesta a mantener a raya, se había visto obligada a ir la pasada fiesta de San Miguel con la certeza de que la iban a retener lo menos un par de semanas. Se había alojado en un hotel, aunque hacía la vida por su cuenta lo más austeramente posible para compensar la fama de caro de dicho establecimiento; y al pedir la factura a los tres días para comprobar su estado encontró tan elevado su importe que decidió no seguir allí una hora más; y se estaba preparando para abandonar el hotel a todo trance, con la irritación y el malhumor que le producía el convencimiento de haber sido víctima de una burda estafa, y el no saber adónde ir que la tratasen mejor, cuando aparecieron los primos, los políticos y afortunados primos, que no parecía sino que le habían puesto un espía; y al enterarse de su situación, la convencieron de que aceptara para el resto de su estancia el alojamiento más modesto que su casa, situada en un barrio muy inferior de Londres, le podía ofrecer.
Fue. Le complació la acogida, hospitalidad y atenciones que recibió de todos: descubrió que sus buenos primos los Brereton eran personas mucho más dignas de aprecio de lo que ella había esperado; finalmente, al enterarse personalmente de sus escasos ingresos y de sus dificultades económicas, se sintió impulsada a invitar a una de las jóvenes de la familia a pasar el invierno con ella. La invitación era para una, durante seis meses, con opción a que la sustituyese otra después; pero al hacer la elección, lady Denham había revelado la parte buena de su carácter, porque saltándose a las hijas de la casa, fue a escoger a Clara, una sobrina, más desamparada y evidentemente más digna de compasión que las otras, una criatura menesterosa, una carga adicional para el ya agobiado círculo familiar, y que venía de un escalón tan bajo desde el punto de vista social, que si bien estaba dotada de cualidades y disposiciones naturales, se había estado preparando para un puesto poco mejor que el de niñera.
Lady Denham había regresado con Clara, cuyos méritos y buen sentido le habían asegurado, según toda apariencia, un puesto muy sólido en su afecto. Hacía mucho que se habían cumplido los seis meses sin que se dijera una palabra de efectuar ningún cambio, o intercambio. Era la predilecta de la casa: todo el mundo era sensible a la influencia de su conducta formal y su carácter dulce y apacible. Los prejuicios que había encontrado al principio en algunos habían desaparecido. Se la juzgaba digna de confianza, y compañera capaz de guiar y apaciguar a lady Denham, de ensanchar su espíritu y abrir su mano. Era tan absolutamente amable como bonita; y dado que contaba con las brisas de Sanditon, su belleza era completa. "



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