La noche triste (fragmento)Rafael Delgado
La noche triste (fragmento)

"Tocaban rogativa las campanas, y los frailes asistidos de sus legos y crucifijo en mano, al frente de numerosos diversos grupos de gente, tomaron por distintos barrios de la Villa, cantando el himno de los «Corazones», llamando a penitencia y dirigiendo a los tibios, a los indiferentes y a los pecadores públicos con quienes se topaban al paso punzadoras saetillas. Así llamaban a ciertas coplas o versos sueltos de arte mínima con que daban descanso al rezar y oportuno alivio al fatigado predicador.
En la calle más amplia, en la más cómoda encrucijada se cumplían los actos principales del ejercicio. Allí cualesquiera vecinos proporcionaban una mesa monumental, labrada en cedro perdurable, de aquellas de pesado asiento y garras de león, la cual quedaba pronto convertida en púlpito, sustentador a las veces de muy elocuentes oradores en quienes rebosaban, justo es decirlo, conmovedora elocuencia y eficaz unción.
Terminado entre lágrimas el vehemente discurso él seguía adelante la procesión para detenerse en la plazuela próxima, donde otro orador, tan elocuente como el primero, subía a la improvisada cátedra, y así el numeroso concurso podía escuchar y escuchaba lloroso y hondamente conmovido tres o cuatro sermones que le movían a penitencia y a vivo dolor de sus pecados.
Al caer la tarde, cuando la noche bajaba a todo correr por las entonces boscosas faldas del Borrego, uno de los grupos —presidido por Fray Joaquín Ferrando—, y que venía del no distante monasterio del Carmen, acertó a detenerse, nadie ha sabido si casual o intencionalmente, frente al corral de la Llanos, donde volatines y faranduleros se daban a Satanás y lamentaban la falta de concurrentes que admiraran y aplaudieran los chistes y glosas de Cancela, el salto mortal del más hábil de los volteadores, y el donoso pasillo o el picaresco sainete con que se pondría término a la fiesta.
Predicaban frente al palenque los franciscanos, y (cosa rara en frailes españoles) tronaban contra el teatro con más ardor que Tertuliano y con más encono que el mismísimo Juan Jacobo Rousseau.
Exasperados los volatines y temerosos de un quebranto, que no consiguieron evitar, no sabían qué hacer, hasta que, al fin, Cancela, enharinado y pintarrajeado de mil colores, y vestido ya el traje sembrado de oropeles, se decidió a jugar el todo por el todo.
Algunas personas estaban de tertulia cerca del tablado; el Subdelegado don Pedro María Fernández; algunos oficiales del Batallón de Castilla; mi abuelo paterno, cuyo nombre llevo, y que había salido de Córdoba con la familia toda, huyendo del vómito, que ese año hacía de las suyas en la Villa de los Treinta Caballeros… y el mismísimo Hevia que, por caso raro, había dejado aquella tarde su partida de solitario, para concurrir en el corral con algunos amigos. "



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