Toda la carne es hierba (fragmento)Clifford D. Simak
Toda la carne es hierba (fragmento)

"Bajamos hasta el arroyo y lo cruzamos levantando grandes salpicaduras, luego remontamos el montículo donde yo había encontrado los cráneos y ascendimos a la segunda colina; allí, en la cima de la misma, aparecimos en medio de una cena campestre.
Había otros seres, en esa cena de medianoche, una media docena, todos como la chica extraterrestre que me había conducido. Desperdigados por el suelo se veían cestos, o algo por el estilo, además de botellas, y estas, así como los cestos, estaban dispuestas en una especie de círculo. En el centro del círculo habían colocado un pequeño artilugio brillante sólo un poco mayor que una pelota de baloncesto.
Nos detuvimos al borde del círculo y los demás se volvieron hacia nosotros; no obstante, no estaban sorprendidos, como si no fuera inhabitual que uno de ellos trajera una criatura extraña como era yo.
La mujer que estaba conmigo habló con su melodiosa voz y ellos le respondieron con notas musicales. Todos me miraban, pero era una mirada amistosa.
En estas, todos menos uno se sentaron dentro del círculo y el que permanecía de pie avanzó hacia mi; con un movimiento me invitó a unirme con ellos.
Tomé asiento junto a la mujer que corría, a un lado y el que había hecho la invitación, al otro.
Comprendí que era algo así como una fiesta, aunque ese círculo desprendía unas vibraciones que lo convertían en una reunión misteriosa más que en una fiesta. Se transmitía una sensación de expectación en los rostros y los cuerpos de esa gente sentada dentro del círculo, como si esperasen un acontecimiento de gran importancia. Estaban contentos, excitados y vibrantes, con una sensación de vitalidad hasta en la punta de los dedos.
A excepción de sus crestas, eran humanoides, y ahora comprobé que no llevaban ropa. Encontré tiempo para cavilar de dónde vendrían, pues Tupper me hubiera comentado su presencia. Pero me había dicho que las Flores eran los únicos seres vivos en este planeta, si bien, farfulló, a veces, había otros que venían de visita.
¿Eran esta gente, pues, o serían los descendientes de aquellos cuyos huesos había encontrado en el montículo, y que ahora surgían de algún escondite desconocido? Pese a que no había en ellos señal alguna de vivir escondidos, o de haber permanecido alguna vez ocultos.
El extraño artilugio se hallaba en el centro del círculo. En una fiesta de Millville hubiera sido un tocadiscos o una radio que alguien habría llevado. No obstante, esta gente no tenía necesidad de música, pues hablaba a través de la música, y ese artilugio no guardaba relación con nada que yo hubiera visto con anterioridad. Era redondo y parecía estar compuesto por muchas lentes, todas inclinadas en ángulos distintos, de modo que las superficies captaban la luz de la luna, reflejándola para hacer de la esfera una bola de brillante esplendor.
Algunas de las personas sentadas en el interior del círculo comenzaron a extraer objetos de los cestos y a abrir las botellas. Supuse que me invitarían a comer con ellos. Me preocupaba, dado que habían sido tan amables que no podía negarme y, sin embargo, acaso fuese peligroso comer sus alimentos ya que, aunque humanoides, podían darse fácilmente diferencias en su metabolismo y lo que era comida para ellos, a lo mejor, resultaba venenoso para mí.
Era algo insignificante, por supuesto, pero entrañaba una gran decisión, y permanecí allí sentado en una agonía mental, tratando de decidirme. La comida podía ser un rancho repugnante y nauseabundo, pero lo soportaría, por la amistad de esta gente me la hubiera tragado. Era la idea de que podía ser mortal lo que me hacía dudar.
Hacía un rato, recordé, me había convencido de que, por grande que fuera la amenaza que suponían las Flores, debíamos dejarla entrar, debíamos luchar para encontrar un terreno común en el que cualquier diferencia existente entre nosotros se solventara de un modo satisfactorio. Me había dicho que acaso el futuro del género humano dependería de nuestra habilidad para conocer y convivir con esta especie extraterrestre; pues llegaría el momento, dentro de un siglo, o un milenio, en que encontraríamos otras especies extraterrestres, y no podíamos fracasar esta vez.
Y allí, sin discusión, había otra especie extraterrestre, sentada dentro de aquel círculo, y no podía haber un doble criterio entre mí y el mundo en general. Yo, por derecho propio, tenía que actuar tal como había decidido que el género humano debía actuar, debía aceptar su comida cuando me la ofrecieran.
Tal vez no pensaba con demasiada claridad. Los acontecimientos se sucedían a gran velocidad y disponía de poco tiempo. Fue una decisión repentina en el mejor de los casos y esperaba no haberme equivocado. "



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