El aire (fragmento)Sergio Chejfec
El aire (fragmento)

"Barroso también se preguntaba si ella, Benavente, habría dejado Carmelo y, en ese caso, cuánto tiempo debería esperar para recibir noticias sobre el nuevo destino. También fue extraño: dio por sentado que Benavente le notificaría su recorrido cuando nada le indicaba que fuera a irse hacia otro lugar; sólo había dicho que le escribiría más adelante. Así, recordando y ensoñado, tuvo la ocurrencia de volver a ver la breve nota que le había dejado dos días atrás. Entró a buscarla, pero no la encontró. Revisó, aunque con menos énfasis que cuando necesitaba el dinero, por toda la casa sin éxito; revolvió entre los periódicos apilados, hurgó debajo de los muebles e incluso en el baño. Y después, una vez exhausto, agobiado al haber reproducido en el día movimientos y ademanes tan elementales y poco razonables, y encima en vano, se sentó en su sofá; y precisamente allí, dentro de un libro, fue donde encontró la carta.
Barroso había empezado a contemplarlo sin voluntad—"Para hacer algo", como recordó que se decía en su época—, perplejo ante los actos que se había visto compelido a realizar. El volumen estaba forrado con el recorte de alguna revista. Parecían fotografías superpuestas, a franjas verticales, que representaban los restos de una ciudad o —en todo caso, aunque pueda parecer incomprensible— las ruinas del campo; era sin embargo una sola fotografía reproducida en diferentes copias. Restos y ruinas no provenían de catástrofe alguna, sino tanto de la renuncia humana como del paso del tiempo: o sea, de la misma actividad de la gente mantenida con ignorancia día tras día. Barroso quiso imaginar el verdadero color que había tenido el fondo de ese paisaje, cuyas variantes ocupaban la gama del marrón, pero desistió al descubrir que de entre las páginas del libro sobresalía algo: la carta que buscaba.
Estaba seguro de no haberla dejado allí, admitía sin embargo que tampoco podía recordar dónde la había guardado al recibirla, después de esas idas y vueltas por la casa cuando a cada momento se le perdía; no obstante lo cual estaba convencido de que jamás la hubiera puesto por propia voluntad dentro del libro. Abrió el sobre y creyó que la hoja de Benavente no estaba; lo rasgó, asustado, y la encontró. En la página del libro donde la carta había estado oculta leyó, involuntariamente, "De repente comprendí que las metáforas nacieron de engaños e ilusiones de los sentidos". Encontró resonancias familiares en la frase, aunque no supo justificarlas. Era un libro que Benavente había estado leyendo y, por lo tanto, quizás ella se la hubiera mencionado alguna vez. "



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