A la atención de mi madre (fragmento)Lajos Kassák
A la atención de mi madre (fragmento)

"Esa era la cámara mortuoria. Tenía un camastro de tablas inclinado y una canasta blanca de mimbre con dos varas ensartadas a ambos lados. Por las baldosas del suelo yacían unos trapos negros, y en un oscuro rincón, apartados como por escarmiento, cuatro candeleros forjados, altos y esbeltos, con cabos de vela de una pulgada en lo alto y lágrimas de cera cuajada en sus costados.
¿Por qué le habría hablado sobre semejantes cosas inútiles? Escribí sobre algunos momentos de las vidas de aquellos ancianos; sus muertes, sin embargo, ya no me conciernen. Salen de la nada y retornan a la nada. Y está perfectamente bien que cuanto más viejo sea uno, más natural encuentre ese viaje de la nada a la nada. Las ansias de la muerte no atormentan los nervios de los ancianos, sino los de los jóvenes. Cuando se habla de la muerte, los sabios ancianos se limitan a lanzar un suspiro, como quienes están preparados para el viaje; no obstante, los jóvenes se rebelan como si la muerte llegase de verdad de algún lugar que está fuera; pretenden combatirla como si fuera un poder tiránico.
Y ahora que estamos hablando, madrecita, de las angustias de la muerte, tenemos que hablar sobre esos jóvenes. Casi podría decir: ¡qué felices serán aquellos que hayan superado la crisis de la juventud! Cada paso que den les acercará más a la paz. En cambio, los pobres muchachos, inquietos por la constante curiosidad y las dudas, están en permanente fermentación y germinación, y da igual que se encaminen a la derecha o a la izquierda: aspiran al poder y quedan frustrados al no triunfar. Apenas se desprenden del pecho materno, inician un peregrinaje al enredado infinito y una lucha con los fantasmas nacidos junto a ellos y que anidan en sus huesos y en su sangre, y contra los que resulta inútil lidiar con hachas de piedra, fusiles de cerrojo o bombarderos. Cuanto más resueltamente pretenden poner el mundo patas arriba, tanto más profundamente se desquician. Recuerde, madrecita, como yo mismo recuerdo de vez en cuando aquellas insondables noches de la adolescencia y aquellos tiempos en que me hice hombre. Recuerde cuando en el pasado soñó por primera vez con el amor y cuando dio a la luz a su primer hijo, que soy yo, y que aunque no le haya hecho sufrir mucho, apenas ha cumplido algunas de las expectativas con las que le puso en camino, cuyo cumplimiento esperaba como espera el laborioso agricultor la maduración de su cosecha de cereales. La juventud, como decimos nosotros, la gente vieja y la que está envejeciendo, vive el presente libre de preocupaciones y posee la futura riqueza. Pero esto no es cierto, madrecita, no es cierto en absoluto. Quizás en nuestra juventud sí hubo algo de belleza, de satisfacción prometedora y triunfante, pero de eso hace ya tanto tiempo que parece un cuento de hadas. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com