Nuestro corazón (fragmento)Guy de Maupassant
Nuestro corazón (fragmento)

"Lamarthe, al que siempre agradaban las discusiones literarias, se estaba embarcando ya en una disertación cuando la señora de Burne se les acercó.
Estaba en verdad en uno de sus mejores días; tan maravillosamente vestida que deleitaba la vista, con aquel aspecto atrevido y provocador que le venía de la sensación de estar en plena refriega. Se sentó:
—Éstas son las cosas que me gustan —dijo—: coger por sorpresa a dos hombres que están charlando entre sí y no para que yo los entienda. Por lo demás, son ustedes los dos únicos que dicen aquí algo interesante. ¿De qué hablaban?
Lamarthe, sin apuro alguno y con tono de galante socarronería, le explicó la cuestión que había surgido. Luego repitió sus argumentos con una labia que remozaba ese deseo de exhibirse que, en presencia de las mujeres, enardece a todos los sedientos de gloria.
Divirtió en el acto a la señora de Burne el tema de la discusión e, inflamándose también ella, metió baza, defendiendo a las mujeres modernas con mucho ingenio, mucha sutileza y gran tino. Unas cuantas frases, que el novelista no podía entender, acerca de la fidelidad y la devoción de que pueden ser capaces las que menos de fiar parecen le hicieron latir el corazón a Mariolle. Y cuando se apartó para ir a sentarse junto a la señora de Frémines, que se había obstinado en no dejar ni a sol ni a sombra al conde de Bernhaus, Lamarthe y Mariolle, seducidos por tal demostración de ciencia femenina y de encanto, se dijeron mutuamente que era, sin lugar a dudas, una mujer exquisita.
—¡Y mírela ahora! —dijo el escritor.
Era un duelo por todo lo alto. ¿De qué hablaban en ese momento el austríaco y las dos mujeres? La señora de Burne había llegado en el preciso instante en que la conversación a solas de dos personas, incluso cuando éstas se agradan mutuamente, se hace monótona. Y rompía ese aislamiento refiriendo con expresión indignada cuanto acaba de oír de labios de Lamarthe. Y todo ello, en verdad, podía aplicársele a la señora de Frémines; todo ello venía de labios de la conquista más reciente de ésta; todo ello lo repetía la señora de Burne ante un hombre muy sutil y capaz de entenderlo todo. Volvió a prenderse la hoguera de la eterna cuestión del amor y la anfitriona invitó con el gesto a Lamarthe y a Mariolle a que se uniesen a ellos. Luego, al ir subiendo el tono de las voces, llamó a los demás.
Vino luego una discusión generalizada, alegre y entusiasta, en que todo el mundo opinó y en la que la señora de Burne se las ingenió para ser la más aguda y la más graciosa, poniendo su pizca de sentimiento, quizá ficticio, en divertidísimas opiniones, pues estaba en verdad en un día triunfante, más briosa, inteligente y bonita de lo que nunca había estado. "



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