Eugene Onegin (fragmento)Alexander Pushkin
Eugene Onegin (fragmento)

"¿Qué es de Onieguin? A propósito, hermanos, os pido paciencia; os contaré con detalle sus diarias ocupaciones. Vivía como un anacoreta: en verano se levantaba a las siete y, ligero, se dirigía hacia el río que corre a los pies de la montaña; imitando al cantante de Gulmara, pasaba a nado su Helesponto. Otra vez en casa, bebía su café, ojeaba un mal periódico y se vestía. No era posible que llevaseis un traje igual. Los paseos, el estudio, el profundo sueño, la sombra del bosque, el murmullo de los riachuelos, a veces el juvenil y fresco beso de una doncella de rostro blanco y ojos negros, las obedientes riendas del fogoso caballo, la comida bastante delicada, la botella de vino blanco, la soledad, el silencio… Tal era la santa vida de Onieguin, y, sin darse cuenta, se entregó a ella sin reparar en su indiferente languidez, en los bellos días de verano, olvidando la ciudad, los amigos y el aburrimiento de las festivas diversiones.
Mas nuestro verano al Norte es la caricatura de los inviernos meridionales. Aparece y se esfuma al punto; esto se sabe, aunque no lo queramos reconocer. Ya el cielo cogía los matices del otoño, el sol brillaba con menos frecuencia, el día se hacía más corto, la espesura misteriosa del bosque se deshojaba con lastimoso gemido, la niebla se echaba encima de los campos, la banda chillona de los gansos se dirigía hacia el Sur; se acercaba una época bastante aburrida. Ya pronto será noviembre.
La aurora se levanta en la niebla fría; en los campos, el ruido del trabajo se calla; el lobo hambriento sale al camino con su loba; el caballo, presintiéndolo, relincha, y el prudente caminante, galopando a rienda suelta, sube la cuesta. Ya no saca el pastor con el alba las vacas del establo, y al mediodía no las reúne al son de la flauta. En la isba la joven teje cantando; ante ella chisporrotea la viruta, amiga de las noches invernales. Ya cruje el hielo y platean los campos; el arroyo, vestido de invierno, brilla de manera más agradable que un suelo a la moda. El alegre grupo de los chiquillos corta el hielo con los patines; el pesado ganso, pensando si nadará por el curso del agua, anda cuidadosamente por encima con sus patas rojas, resbala y cae. Los primeros copos de nieve revolotean alegres, centellean y cubren las orillas cual estrellas. ¿Qué hacer con este tiempo en un lugar desierto? ¿Pasear? El campo en esta época cansa bastante la mirada con su monótona desnudez. ¿Galopar a caballo por la estepa inhospitalaria? El caballo, inseguro, con el casco embotado, engancha la nieve y a cada momento parece que va a caer. Estate sentado bajo el techo solitario, lee: he aquí a Prad y Walter Scott. ¿No quieres? Verifica los gastos, enfádate, bebe, y la larga tarde transcurrirá de cualquier forma, mañana igual que hoy, y así pasarás el invierno agradablemente.
Onieguin, como Childe Harold, se entrega a una pereza pensativa. En cuanto se despierta, se sienta en un baño en el que flotan trozos de hielo, y después está todo el día en casa, solo, sumido en cálculos; armado del taco, juega desde la mañana por dos al billar. Llega la noche campestre, abandona el billar, olvida el taco; la mesa está puesta ante la chimenea. Eugenio espera; allí viene Lenski en una troika tirada por fogosos caballos. ¡Pronto vamos a cenar!
Enseguida le traen al poeta en una botella helada la veuve Clicquot o el Moët, vino bendito, que brilla como Hipocrene. Con su centelleo y su espuma me seduce; por él di a veces hasta mi último centavo. ¿Os acordáis, amigos? Su mágico chorro creó no pocas tonterías y ¡cuántas bromas, versos, discusiones y alegres sueños! Pero con su ruidosa espuma engaña mi estómago, y hoy día prefiero el razonable bordeaux; ya no sirvo para el aix, que es, cual amante brillante, frívola, voluntariosa y vana. Tú, bordeaux, eres semejante al amigo que nos acompaña siempre en el dolor y la tristeza, y en todos los sitios está presto a ayudarnos o a compartir nuestro reposo silencioso. ¡Un viva para nuestro amigo el bordeaux!
Se apagó el fuego, y el dorado carbón está cubierto de una tenue capa de ceniza; apenas se percibe el vapor que flota en ondas y la respiración del fuego. El humo de las pipas desaparece por el tubo de la chimenea. Todavía brillan en medio de la mesa las claras copas; la niebla nocturna se levanta. "



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