Una bendición (fragmento) "Elizabeth era hija, o eso decía, de un importante agente de la Compañía. A otra, Abigail, la llevaron enseguida al camarote del capitán, y otra, Dorothea, era una ratera con la misma condena que las prostitutas. Solo Rebekka, cuyo pasaje había sido pagado de antemano, iba a las colonias para casarse. A las demás las recibirían parientes o menestrales que abonarían su pasaje, excepto la ratera y las putas, cuyos costes y manutención requerirían años y más años de trabajo no remunerado. Solo Rebekka no formaba parte de ese grupo. Fue más adelante, acurrucada entre las cubiertas y las paredes formadas por baúles, cajas y mantas colgadas de hamacas, cuando supo más cosas de ellas. La chiquilla impúber aprendiza de ladrona cantaba como un ángel. La «hija» del agente había nacido en Francia. Cuando las dos prostitutas maduras tenían catorce años, sus familias las echaron de casa por conducta libertina. Y la ratera era sobrina de otra ratera que le había enseñado sus habilidades. Juntas hicieron la travesía más llevadera, menos atroz de lo que seguramente habría sido sin ellas. Su ingenio tabernario, su pericia unida a lo poco que esperaban del prójimo y la considerable aprobación de sí mismas, la facilidad con que reían, divertían y estimulaban a Rebekka. Si había temido su propia vulnerabilidad femenina al viajar sola a un país extranjero para casarse con un desconocido, esas mujeres disiparon sus recelos. Si alguna vez revoloteaban en su pecho mariposas nocturnas al recordar las predicciones de su madre, la compañía de esas mujeres exiliadas y desechadas acababa con ellas. Dorothea, de la que se hizo más amiga, la ayudó especialmente. Con suspiros exagerados y ligeras maldiciones, agruparon sus pertenencias y se apropiaron de un espacio no mayor que el umbral de una puerta. " epdlp.com |