El buscador de Dios (fragmento)Sinclair Lewis
El buscador de Dios (fragmento)

"Después de una gran nevada, descubrió, los arbustos de zumaques parecían los cuadros que había visto con capullos de algodón. La lisura de la nieve fresca, sobre la cual parecían hacer señas muchísimos diamantes, daba la impresión de ser cubierta de pústulas y costras por el implacable viento, hasta que otra nevada venía a disimular la falta de pulcritud de la Misión... ya que, como lo insinuaba Huldah, la misericordia divina disimulaba el pecado.
Aaron amaba aquel Oeste abierto y azotado por el viento cuando aparecía el sol después de una fuerte nevada, cuando los abedules eran telarañas contra el azul sin vetas y los solitarios pinos parecían tender manos caídas y envueltas en blancos mitones, en ruego de amistad. En las últimas horas de la tarde, las pendientes eran de un color rosa y oro antes del atardecer, pero malva bajo los árboles, y un borroso resplandor rosado se esparcía sobre el mundo entero y los árboles vestidos de nieve parecían glorificados... como los perseverantes santos, decía Huldah.
Pero lo que más entusiasmaba a la joven era la luz de los faroles proyectada sobre la nieve y esto lo compartía con Aaron. Lo que temía Huldah y lo que llegó a exaltar a Aaron fué el propio invierno de la pradera en su vastedad y crueldad, sin horizonte en los días hoscos y aparentemente sin cielo, sin más que una intolerable continuación de la nieve sin vida, oscurecida por carámbanos sin sentido.
El Squire Harge no simpatizaba con esas notas de la naturaleza. Lo que decía, a los diez minutos de haber cesado la nevada, era:
—¿Por qué no han despejado aún de nieve los caminos?
Aunque todas las estufas se mostraban ávidas de leña y Aaron tenía que correr constantemente con el trineo cargado de trozos de arce y palo hacha, las casas estaban siempre heladas. Los baños nunca habían sido abundantes en Bois des Morts, pero ahora se reducían a frotarse con la toalla, mientras uno estaba parado temblando de frío sobre una alfombrilla. El hermano Speezer era el único de los hombres que se afeitaba a diario con seguridad, y acostarse era un salto calculado de un montón de ropa a un montón de mantas que parecían lajas de hielo. Casi todas las noches la nieve se insinuaba hasta la manta de arriba y trazaba un dibujo de franjas en el suelo. Las narices goteaban con irritante realismo mientras uno trataba de rebosar idealismo y las magulladuras ocasionadas por las caídas sobre el hielo eran tan corrientes como las toses. "



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