Solos de Clarín (fragmento) Clarín
Solos de Clarín (fragmento)

"Ésta es ocasión de decir que Gaspar es un ateo de tomo y lomo, escéptico, burlador de virtudes callejeras, y que por una apuesta de casino deshonra a una muchacha, engañándola con promesa de casamiento. Lo cual que, como dice la ex-costurera delicadamente, ella se entregó porque los papeles estaban para llegar de un momento a otro. Olvidó aquello de no firmes carta que no leas. Pero Gaspar se convence al cabo de lo que el público sabe desde el principio; a saber: de que él es un tunante de baja estofa, sin pizca de interés, repulsivo y digno de morir de mala muerte y de malas quintillas. En efecto, así como otros se envenenan con fósforos de Cascante por haber perdido el seso, Gaspar, que no tuvo seso en toda la vida a pesar de su escepticismo, lo cual les pasa a muchos escépticos, que porque lo son o lo aparentan se creen más listos que Cardona, digo que Gaspar deslíe en un pliego de papel medio cuartillo de quintillas, se las toma y revienta, cumpliendo las leyes de la química orgánica y poética.
El conde perdona a su esposa la ex-costurera y al hijo de sus entrañas (es decir, de las entrañas de su esposa); y el fruto prohibido que vivió de contrabando hasta la sazón, y más quemado que un sargento de reclutas, se va a Ultramar con un empleo en ferrocarriles que le da el Sr. Cavestany, quien sin duda tendrá buenas relaciones ahora que mandan los suyos. La condesa se queda convencida de que es una Lucrecia que ha perdido los papeles, y resulta, en fin, que la culpa de todo la tenía… el casino. Porque lo que dice el Sr. Cavestany, si no hubiera toros, ¿habría toreros?, o de otro modo: si no hubiera casinos, ¿se harían en los casinos apuestas en que se juega la honra de una mujer?
Claro que no: podrían hacerse esas mismas apuestas en otra parte, corriente; pero ya no sería en los casinos, y ésta es la moral de la comedia del Sr. Cavestany.
Y a propósito de apuestas, no estaría de más que el Sr. Cavestany escribiese alguna tragedia para tratar eso de las apuestas políticas, que convierten en un sport el hipódromo de la vida pública de los conservadores, como si dijéramos.
El Sr. Cavestany, no sólo ha demostrado que es malo apostar, sino que es requetemalo calentarle la cabeza a un muchacho que hace un ensayo dramático digno de aprecio, para tener que darle luego una lección muy dura que podrá aprovechar el joven en lo porvenir, pero que por de pronto tiene que ser muy dolorosa para el amor propio, quizá excitado en demasía por los aplausos excesivos y los vaticinios imprudentes. "



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